Museos: Ai Weiwei vuelve a provocar con una exposición sobre bombas.
El artista chino tapiza el suelo del Museo Imperial de la Guerra, en Londres, con inquietantes representaciones a escala real de diferentes bombas
El artista y activista chino Ai Weiwei es una figura incómoda para Pekín por sus muestras provocativas y su defensa de la libertad de expresión. Forzado a marcharse de su país, transita por la investigación, las artes plásticas, la arquitectura y la fotografía.
En esta ocasión su arte rebelde se disfraza de divulgación para reflejar los horrores de la destrucción de las armas en una muestra organizada por el Museo Imperial de la Guerra (IWM), de Londres.
El lienzo de destrucción
‘Historia de las bombas’ es una muestra organizada por este museo, abierta a principios de agosto y que se extenderá hasta mayo del año que viene; en que se trasladará a la sede de Manchester de este centro.
Las representaciones a escala real de las bombas inquietan cuando uno camina sobre ellas y aprende de su poder destructivo
En el suelo y las escaleras del atrio central del IWM se despliega un gigantesco lienzo de vinilo con reproducciones de bombas en escala real.
Se trata de un impactante recurso visual para describir el inquietante arsenal que se encuentra en el planeta, con un poder de fuego que alcanzaría para destruir a la humanidad en varias oportunidades.
Con las herramientas de la divulgación
Ai Weiwei no opina ni recurre a golpes bajos en este despliegue de imágenes. Se limita, con una precisión enciclopedista, a describir el nombre oficial de cada bomba, su apodo, país y fecha de creación. Nada más.
Allí se puede ver la bomba más grande jamás creada, la RDS-220, con una potencia 1.500 veces mayor que las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón
Pero lo que inquieta es ver los tamaños, representados a escala real, y sobre todo cuando uno camina por la superficie de estas figuras de gris claro sobre fondo negro; mientras sobre las cabezas se despliegan un par de cazas-bombarderos.
La más pequeña y la más grande
La más pequeña, casi perdida en el mar de mortíferos dispositivos, es la primera del mundo.
Se trata de la Cipelli, una granada que los aviadores de la armada italiana lanzaban a mano en la guerra ítalo-turca de 1911-12. Paradójicamente su creador murió cuando fue alcanzado por una de ellas.
La más grande, que parece una ballena varada, es la gigantesca RDS-220, la Bomba del zar, que Rusia detonó en el Mar de Barens en 1961 con una fuerza de 57 megatones, el equivalente a 1.500 explosiones de Hiroshima y Nagasaki…juntas.
Precisamente la semana pasada se cumplieron 75 años del lanzamiento de las dos bombas atómicas, conocidas como Little boy y Fat man, respectivamente.
La carrera armamentística
Allí están también representadas. Sus formas son grotescas, como bulbos exagerados, pero el visitante sabe la mortífera carga que llevaron y sus consecuencias.
Basta pegar una rápida mirada al suelo y comprobar cómo la creación de bombas se multiplicó tras la Segunda Guerra Mundial, pero que paradójicamente (y por suerte) un gran número de ellas sólo detonaron en ensayos y apenas salieron de los arsenales.
Pero existen, están para ser usadas, y Ai Weiwei nos lo recuerda.
Esta exposición forma parte del ciclo Refugiados, que el IWM organiza para recordar el drama de las personas que tuvieron que dejar sus familias, países y culturas a toda prisa para escapar de la muerte, en gran medida, causada por las mismas bombas que se exhiben en el piso de este museo británico.