Un equipo de arqueólogos desentierra un espectacular complejo budista antes de que una gigantesca mina de cobre lo arrase para siempre.
Una hora de viaje por la autopista de Gardez, al sur de Kabul, lejos de las tiendas bulliciosas, el humo de los camiones diésel y el traqueteo de los carros de burros, un pronunciado desvío a la izquierda nos lleva a un camino sin asfaltar. En este distrito de la provincia de Logar donde están muy presentes los talibanes, los lugareños han sufrido el estallido de coches bomba, ataques intermitentes de misiles, secuestros, asesinatos… El camino discurre en paralelo al lecho seco de un río, dejando atrás aldeas, controles paramilitares, torres de vigilancia y un edificio vacío, con el techo azul y vallado con alambre de espino.
Un poco más adelante el panorama se convierte en un valle desarbolado surcado de zanjas y antiguos muros excavados. Desde hace siete años un equipo de arqueólogos afganos y de otros países, asistidos por hasta 650 obreros, ha desenterrado miles de estatuas, manuscritos, monedas y sagrados monumentos budistas. Han salido a la luz fortificaciones y monasterios cuya antigüedad se remonta hasta el siglo III de nuestra era. Más de cien puestos de control rodean el yacimiento, que patrullan día y noche unos 1.700 policías.
Es la excavación más ambiciosa de la historia de Afganistán. Pero semejante operativo de seguridad no se destina a la protección de unos cuantos científicos y de la población local que les asiste. Bajo las ruinas milenarias hay un depósito de cobre de cuatro kilómetros de largo que se interna al menos un kilómetro y medio en el monte Baba Wali, desde cuya cima se domina el yacimiento. Es uno de los depósitos sin explotar más grandes del mundo y se calcula que contiene unos 12,5 millones de toneladas de cobre. Los monjes budistas de la antigüedad se enriquecieron con este metal; colosales depósitos de escoria, el residuo solidificado de la fundición de la mena, tiñen de morado las laderas de Baba Wali, dando fe de una producción a escala casi industrial. El Gobierno afgano cifra en ese cobre su esperanza de que el país vuelva a ser rico, o al menos autosuficiente.
Mes Aynak
El efecto de la perspectiva hace que este santuario de piedra de Mes Aynak, en Afganistán, de 2,40 metros de altura parezca más alto. Los arqueólogos han excavado solo una mínima parte del extenso complejo budista, que data de los siglos III a VIII de nuestra era.
Mes Aynak
Los arqueólogos han exhumado un barrio entero de casas de adobe, talleres de artesanos y lo que tal vez sean edificios administrativos. Shah Tepe, que se yergue al fondo, estaba fortificado, aunque se aprecian en él escasas señales de violencia.
Mes Aynak
Entre las obras de arte rescatadas de la destrucción se encuentran el buda de madera íntegro más antiguo que se conoce (izquierda), de 20 centímetros de alto, y una patrona de arcilla policromada de 81,2 centímetros de alto. Ambas piezas datan de entre el año 400 y 600 de nuestra era.
Mes Aynak
Izquierda: Dipankara, un buda anterior, esquisto, siglos III-V. Derecha: Guerrero (originalmente a caballo), arcilla, siglos IV-V.
Izquierda: Moneda con el nombre del rey Huno Khingila, plata, siglo V. Derecha: Siddhartha Gautama Sedente, esquisto, 28,4 centímetros, siglos III-V.
Mes Aynak
Un esqueleto manchado de cobre yace junto a un stupa en Mes Aynak. Se ignora si este individuo vivió cuando los monasterios estaban funcionando o en una época posterior.