Noruega: De las islas Lofoten al Cabo Norte

Recorrido por una costa de fiordos y pueblos de pescadores

 

iStock-1093755566. Un recorrido único

UN RECORRIDO ÚNICO

La naturaleza siempre tiene un papel destacado en Noruega, donde el paisaje se quiebra en fiordos que juegan al escondite con el mar, mientras la nieve se resiste a desaparecer de las cumbres hasta bien entrado el mes de mayo. Esta acuarela nórdica alcanza su punto culminante en el recorrido que va de las islas Lofoten al Cabo Norte, un panorama que se ilumina con múltiples matices de color gracias al Sol de Medianoche. El fenómeno tiene lugar por encima del Círculo Polar Ártico, entre el equinoccio de primavera y el de otoño, de forma que el día no tiene fin.

 

iStock-871082204. Islas como cuchillos

ISLAS COMO CUCHILLOS

El archipiélago de las Lofoten está compuesto por un rosario de 2.000 islas –solo siete están habitadas todo el año– que hacia el norte se hermanan con el archipiélago de Vesterålen. La particularidad del paisaje es que los picos, que no superan los 1.200 metros de altitud, se desploman de golpe hasta el mar, donde forman fiordos profundos y bahías resguardadas con casitas de madera pintadas de rojo o de ocre. Fuera de las poblaciones, las cabañas de verano compiten por ofrecer la mejor perspectiva en enclaves de paz absoluta.

 

iStock-1186919674. Una capita muy peculiar

UNA CAPITA MUY PECULIAR

A las Lofoten se puede llegar por aire o por tierra, ya que una eficiente red de puentes y túneles submarinos conectan las islas entre sí y con el continente. En ambos casos es probable que la población de Svolvaer se encargue de dar la bienvenida y de proporcionar todo lo necesario para adentrarse en el archipiélago. Esta ciudad envuelta en paisajes dramáticos se halla en la isla de Austvågøy, la misma donde se encuentra el Fiordo del Troll, hogar de los ogros escandinavos. Situado a una hora de trayecto, este fiordo impresiona aún más si se visita cuando lo cubre la neblina.

 

iStock-619749216. Playas peculiares

PLAYAS PECULIARES

Partiendo de Svolvaer, cuarenta minutos al volante bastan para alcanzar la playa de Haukland, al noroeste. Cosa curiosa, en esta parte del litoral de la isla de Vesvågøy hay arena y la temperatura del agua está temperada gracias a la corriente de Laponia. Si se bordea la costa hacia el oeste, enseguida aparece Eggum, donde el mar aún luce tonos verdosos pero la playa es de guijarros, seguida de Unstad, frecuentada por surfistas. En las inmediaciones se construyó una de las más destacadas estaciones de radar alemanas durante la Segunda Guerra Mundial.

 

iStock-1161930435. La isla de las Manzanas

LA ISLA DE LAS MANZANAS

Por el camino a Leknes, en la isla de Vestvågøy, solo se ve un cultivo, el del único manzano de las Lofoten, motivo por el cual exhibe el mote exagerado de «isla de las manzanas». No es la fruta, sino la pesca lo que dio origen a la localidad pesquera de. En el siglo XIX el pueblo era propiedad de la, que ejercían de patronos y cuidaban del bienestar de los pescadores. Por ejemplo, aquí tenían electricidad, pero el único interruptor del pueblo estaba en casa de los señores. Las cabañas tradicionales o rorbu se han rehabilitado como apartamentos vacacionales y figuran en la lista de la herencia cultural noruega desde 1975. Sus paredes se impermeabilizaban con pintura a base de aceite de hígado de bacalao, que tardaba dos meses en secarse.

 

iStock-1132425664. Universo pescador

UNIVERSO PESCADOR

La pesca todavía es la razón de ser de las Lofoten, en especial la que se relaciona con el skrei, un tipo de bacalao que en noruego antiguo se conoce como «el nómada». Entre los meses de enero y abril, el skrei llega desde el mar de Barents para desovar: su carne se hace más sabrosa gracias al largo viaje, que le endurece los músculos. Por las factorías de localidades como Ballstad y Napp pasan hasta 55.000 toneladas anuales de pescado, muchas con destino a España y otros países de tradición católica, donde su consumo antes se vinculaba con la Cuaresma. Por eso, varios platos locales recuerdan recetas españolas y portuguesas.

 

iStock-853158478. La vista infinita

LA VISTA INFINITA

A lo largo del tramo de pocos kilómetros que une Ballstad con la isla de Moskenes se ven «catedrales» de madera, los entramados de troncos donde se deja secar el bacalao. Luego surge en el horizonte el monte Reinebringen, cuya popular ascensión supera los 400 metros de desnivel. Menos agotador resulta embarcarse en el bonito pueblo pesquero de Reine para echar un vistazo a la parte de las Lofoten que se asoma a mar abierto y desafía la corriente de Moskenesstrømmen, una de las más fieras del planeta.

 

iStock-1022975152. La última metrópolis

LA ÚLTIMA METRÓPOLIS

Esta sensación de pionero, de querer tocar el fin del mundo, tiene como lógica consecuencia el deseo de alcanzar el remoto Cabo Norte. Para llegar desde las Lofoten, lo mejor es volar en avión de hélices hasta la ciudad de Tromsø y luego a Honningsvåg. Sin embargo, una vez en Tromsø resulta más atractivo embarcarse en el Expreso del Litoral, la línea regular que puso en marcha en 1893 el capitán Richard With para unir el norte más remoto con el sur de Noruega. Solo así es posible superar los fiordos e islas que fragmentan la costa. Sin embargo, primero es recomendable pasar un día en Tromsø, una ciudad donde se mezclan alardes de modernidad como el Museo de Arte del Norte y la Catedral del Ártico, realizada en acero y cristal, con un cine de 1912 al que se acude con traje de gala para ver retransmisiones de ópera vía satélite.

 

iStock-911770850. El fin del mundo

EL FIN DEL MUNDO

Basta una noche de plácida navegación para llegar a Honningsvåg, pero antes el barco se detiene en varios puertos agazapados más allá de los Alpes de Lyng. Desde Honningsvåg, la población más cercana al Cabo Norte, una carretera ondulada circula por un paisaje de tundra, donde crecen flores de intenso color que el resto del año permanecen bajo la nieve. Superado el Skipsfjorden, se llega al globo terráqueo que marca el punto más septentrional de Europa, en el filo de un acantilado de 300 metros de altura. En realidad, el honor le correspondería al cabo Knivskjellodden, un kilómetro y medio más al norte, pero poco importa cuando ante los ojos se abre la inmensidad del océano Ártico.

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