Majestuoso: La Habana sigue seduciendo 500 años después
El ambiente de sus plazas, el paladar de ‘Fresa y chocolate’, el hotel de Sinatra, los daiquiris de Hemingway… Estas son las mejores pistas para disfrutar en la capital cubana.
LA HABANA DE PLAZA EN PLAZA
La Habana Vieja, junto con el Castillo del Morro y el fuerte de La Cabaña al otro lado de la bahía, deparan un apasionante paseo desde el siglo xvi hasta la Cuba de hoy. Cuatro plazas, la de Armas junto a la de la Catedral y la Plaza Vieja cerca de la de San Francisco, constituyen los puntos cardinales de una ciudad que durante cientos de años sirvió como parada y fonda, así como caja fuerte para los expedicionarios del Nuevo Mundo.
CALLEJEAR, CALLEJEAR Y CALLEJEAR
La incursión a La Habana Vieja no puede hacerse sin callejear. Por supuesto, todos los tópicos están en la siempre animada calle Obispo. Tras tomarse un daiquiri (quizás) en el célebre Floridita hay que llegar paseando hasta el Parque Central. En esta parte de la ciudad el visitante descubre algunos de los rincones más auténticos de La Habana donde gritos, música, olores y colores insuflan vida a las paredes de las decadentes construcciones que cuentan la historia de diferentes épocas y ocupaciones.
¿UN INDEPENDENCE DAY EN PLAN CUBANO?
Al lado del Parque Central está el Museo de Bellas Artes, y más allá la imponente cúpula del Capitolio, siempre visible desde cualquier rincón de la Habana Vieja. Inspirado en el de Washington, el arquitecto cubano tenía el encargo hacer unos pocos centímetros más alto el edificio para no ser menos que los norteamericanos. Construido en el año 1929, el Capitolio, ahora con las obras para recuperarlo como sede del Parlamento finalizadas, queda ya en territorio de Centro Habana.
CENTRO HABANA: TERRITORIO LITERARIO
Este barrio configura, junto con La Habana Vieja, la ciudad de las columnas que con maestría describió Alejo Carpentier. Son, también, los dominios del famoso detective Mario Conde, el personaje de las novelas de Leonardo Padura en la tetralogía Cuatro estaciones. Caminar por las calles de La Habana es transitar un territorio literario lleno de matices e inspirador.
MAGIA EN LA TORRE
En la esquina noroeste de la Plaza Vieja se entra a la Cámara Oscura de La Habana, uno de esos lugares inesperados en la capital cubana. Es el punto estratégico para contemplar a vista de pájaro, a través de un periscopio que proyecta la imagen sobre un enorme disco, las glorias y miserias de esta ciudad tan hermosa como desvencijada. La gracia con la que muestra las imágenes el operador de la cámara oscura es la guinda al pastel. Al finalizar la sesión, se puede contemplar la Plaza Vieja desde la azotea de la torre.
PERDERSE O ENCONTRARSE
El Malecón, lugar de encuentro y refresco de todo habanero que se precie, no figura como monumento pero lo es. Es un monumento a la vida social y a la diversión sin complicaciones –paseando, cantando boleros o dándose un chapuzón–, el famoso paseo marítimo tiene sus zonas socialmente diferenciadas, unas más familiares y otras algo más complejas, incluida una de claro dominio gay en la desembocadura de la calle 23 o Rampa.
HISTORIAS DE CAPOS Y ESTRELLAS
Precisamente, asomando al Malecón se halla el Hotel Nacional, homenaje al enemigo imperialista cuyas paredes fueron testigo, entre otros acontecimientos, de una cumbre de la Mafia, de la jura de un presidente y de la luna de miel de Ava Gardner y Frank Sinatra. Este edificio sí es un monumento, además esta declarado Memoria del Mundo por la UNESCO.
LAS TERRAZAS SIEMPRE SON UN BUEN PLAN
Parecidas a las grandes panorámicas de la Cámara Oscura de La Habana, pueden obtenerse vistas al natural, mojito en mano, en las terrazas de los hoteles Ambos Mundos y Parque Central en La Habana Vieja; también en el bar situado en el piso 33 del sensacional edificio Focsa del Vedado, y, en este mismo barrio, en el restaurante Sierra Maestra del Habana Libre (piso 25).
UN ‘THRILLER’ DE ESPÍAS Y AGENTES SECRETOS
Vértice principal de El Vedado es el hotel Habana Libre, el Hilton que Fidel Castro expropió nada más triunfar la revolución, en enero de 1959, para convertirlo en su cuartel general durante tres meses. Aquí se urdió el plan magnicida contra el comandante en jefe que, según él mismo reconocería, más cerca estuvo de prosperar. Un camarero colocado por la CIA debía echar una cápsula de veneno en uno de los batidos de chocolate que Castro solía tomarse en una de las cafeterías del hotel, pero al llegar el momento la pastilla se había congelado en el refrigerador. Junto con el Capitolio, el Focsá y la torre del Memorial José Martí en la Plaza de la Revolución, el Habana Libre es una de las siluetas que marcan el skyline de la ciudad.