Si dios está en los cielos, lo lógico es construir un templo lo más cercano a él. Eso debieron pensar los monjes ermitaños, que buscando el contacto celestial, terminaron por construir los monasterios de Meteora, en Grecia. Junto a los pueblos de Kalambaka y Kastraki, grandes columnas de roca ascienden hacia las nubes hasta lograr los 600 metros. Con la llegada del atardecer, los últimos rayos de luz se filtran nítidamente hasta llenar el paisaje de colores cálidos.
Construidos en su mayoría en el siglo XIV, Meteora llegó a tener hasta 24 de estos monasterios, aunque en la actualidad sólo 6 siguen habitados. Su edificación es una incógnita porque en el momento de ser erigidos no existían los caminos ni las infraestructuras necesarias. Sin embargo, se cree que las pesadas piedras fueron elevadas a través de un sistema de poleas. Sea como fuere, Meteora sigue siendo un lugar que impresiona por la mímesis de los edificios con la naturaleza y un símbolo de la conexión espiritual.