San Francisco es la menos americana de las ciudades de Estados Unidos. Aquí el europeo se siente en casa. La tolerancia y ligera sofisticación de sus habitantes, el gusto por la cultura y la vida saludable, sus parques y barrios… todo ello recuerda los valores del viejo continente, aderezados con la vitalidad y el sentido práctico americanos.
LA CIUDAD DE LAS 43 COLINAS
Esta hermosa urbe está además bendecida por la naturaleza. Abrazada por 43 colinas, San Francisco se desparrama a lo largo de una de las bahías más espléndidas del mundo. Cabe imaginar el alborozo de la expedición española cuando en la segunda mitad del siglo XVIII descubrió el abrigo perfecto para avituallar los barcos que regresaban de Manila. Y sobre todo, la de los misioneros franciscanos, que establecieron aquí su base al norte de las californias, Misión Dolores.
Océano agreste, misiones evangélicas, calles vertiginosas, presidios y ventanas indiscretas: la urbe norteña de California, así como la ruta de Monterey y Big Sur, están jalonados de imágenes de películas. De las clásicas de Hitchcock hasta Harry el sucio, el cine ha calado en sus carnes de un modo diferente a Los Ángeles. Artistas y escritores la han soñado tanto como vivido. Atrae por su aire de impermanencia, de huida. Oscar Wilde decía que si alguien desaparece se le acabará viendo en uno de sus pliegues. Descubrimos la ciudad en las páginas de Kerouac y Jack London; en tantas series de televisión, desde Calles de San Francisco a Full House. ¿De veras el misterio de la felicidad se refugiaba en las fachadas color pastel, en esas calles inclinadas en los flancos de cuyas aceras descansaban descapotables largos y sensuales?
Hoy el techo urbano es la nueva torre Salesforce (326 m), pero desde la clásica cima de la Coit Tower, rodeada de murales en su base, se abre el deslumbrante panorama de la bahía y las colinas. Y a bordo del ferry de Alcatraz la ciudad cobra una dimensión mítica. Pocas aglomeraciones urbanas dan tal sensación de libertad a sus habitantes. Cada barrio tiene su atmósfera particular: el pasado beatnik y hippy en North Beach y Haight-Ashbury, el mundo gay de Castro, el tecnológico de SoMa y el antes gueto latino y hoy barrio de moda, tapiz de culturas, de Mission.
TRAS LOS PASOS DE BOGART
En La senda tenebrosa, Bogart, tras una operación, sale a la calle con una nueva cara y ve otra ciudad. Al regresar a San Francisco trece años después, también yo la encuentro cambiada. Ambos hemos vuelto a una de las ciudades del crimen, el hogar de Dashiel Hammet, el detective y luego autor de novelas inolvidables como El haltón maltés. Y ambos seguimos buscando el reflejo del cielo en los ojos de Lauren Bacall. El personaje que Bogart encarna ya no reconoce el rojo lavado y el verde sucio de las tiendas de Chinatown, la silueta oxidada del puente colgante, el barrio dormido de Presidio, donde vive Lauren y donde yo me alojé las dos veces que he estado en San Francisco.
Y sin embargo, lo esencial sigue aquí: la niebla colgada del Golden Gate Bridge, el milagro permanente de ciertos barrios, la fragancia de las magdalenas recién horneadas compitiendo con el nuevo olor a sulfuro que impregna algunos barrios. Mientras camino junto la hilera de casas victorianas de Pacific Heights pienso que siempre estamos en perpetuo cambio pero viajamos para encontrar lo que sigue igual. Paro un taxi cuesta abajo. En Powell St me subo al cable car, el tranvía que escala Nob Hill, la mejor manera de sentir el poder evocador de San Francisco. Desde arriba se divisan los muelles y el aéreo puente, a través del cual hice en mi primer viaje una excursión en bici hasta al puerto de Sausalito. La brisa del océano penetra en el cable car mientras desciende Hyde St con esos chirridos metálicos parecidos a los de un temblor de tierra y atraviesa Lombard, escenario del Vértigo de Hitchcock.