Resulta interesante empezar a conocer
la mayor ciudad de Australia desde su corazón verde, Hyde Park, a la hora «aussie» de comer, sobre las doce del mediodía. Los oficinistas aprovechan al máximo sus 30 minutos de pausa haciendo deporte en grupo o comiendo un sándwich sentados en un banco, cerca de la Catedral católica de Saint Mary o del Memorial Anzac, que recuerda los 61.500 australianos fallecidos en la Primera Guerra Mundial.En el vecino parque del Domain se entabla relación con otro tipo de habitantes: arañas, lagartos, serpientes y mosquitos gigantes.
Que nadie espere encontrar canguros, pero se ven otros marsupiales, los possums, y una amplia retahíla de pájaros, desde las ruidosas cacatúas y gaviotas a las negras magpies (urracas) y los ibis de largos picos. Al otro lado del Domain se halla la Art Gallery of NSW (New South Wales), que alberga una importante colección de arte australiano, aborigen, de los pueblos del estrecho de Torres y de las islas del Pacífico.
La parte trasera del edificio ofrece unas singulares vistas sobre el puerto de Wooloomooloo, uno de los muchos ejemplos de gentrificación de la ciudad. Su lujoso Finger Wharf, un larguísimo muelle de madera con hotel, viviendas y restaurantes frente a enormes yates, sirvió en su día para el despliegue de tropas y para la llegada de inmigrantes. Sobre Wooloomooloo está situado el sofisticado barrio de Potts Point, paradójicamente la antesala de Kings Cross, el «distrito rojo» de Australia y el barrio más canalla del país.
El paseo sigue rumbo al mar a través del Jardín Botánico, el más antiguo de la isla, que en 2016 celebró su bicentenario. Mirando al puerto, se alza Mrs Macquarie’s Chair, una silla tallada en la roca donde a inicios del siglo XIX se sentaba la esposa del fundador del Jardín Botánico y gobernador de Nueva Gales del Sur. El emplazamiento debe su importancia histórica a otro hecho, la llegada el 26 de enero de 1788 de la Primera Flota: once barcos ingleses llenos de convictos y con el capitán Arthur Phillip, de quien se dice que fundó Australia. Otro mirador sensacional de la bahía de Sídney es Bennelong Point. El nombre recuerda al hombre aborigen que hizo de interlocutor entre los eora y los británicos durante los primeros años de la colonia, y a quien construyeron una cabaña justo en ese lugar. Ahí, en 1973, se inauguró la Sydney Opera House, la imagen más reconocible de la ciudad, construida por el danés Jørn Utzon.
El emplazamiento debe su importancia histórica a otro hecho, la llegada el 26 de enero de 1788 de la Primera Flota: once barcos ingleses llenos de convictos
Al pie de las escalinatas de la Ópera se sitúa el barrio portuario de Circular Quay. El primer tramo de este semicírculo está repleto de comercios, restaurantes y bares, desde los que se disfruta de vistas del Harbour Bridge, el puente que enlaza con los barrios del norte. El segundo tramo de Circular Quay tiene una estación de tren y, debajo, el embarcadero en el que se pueden tomar taxis de agua y los ferries hacia las poblaciones del Greater Sydney. El tercer tramo está ocupado por el Museum of Contemporary Art, y detrás, el barrio de The Rocks. Este es el lugar en el que se asentaron los primeros colonos, en tiendas que luego se transformarían en cabañas de madera y finalmente en construcciones de piedra, un centenar de las cuales siguen ahí. Se trata de antiguos almacenes y edificios oficiales que acogen tiendecitas de recuerdos para turistas.
Circular Quay cuenta con otro museo interesante, el de la Justicia y la Policía, con una genial exploración de narrativas sobre criminalidad dentro de la comisaría del siglo XIX del distrito; los pubs de la zona aún guardan en el ambiente algo de aquella época. Al otro lado de The Rocks, el Dawes Point es un área también emplazada encima del agua, con un muelle de madera y grandes almacenes transformados para acoger instituciones culturales como la Sydney Theatre Company, el Bangarra Dance Theatre, la Sydney Dance Company, el Roslyn Packer Theatre y, al final del muelle, The Theatre Bar.
Hasta 2013 en Circular Quay se podía tomar un pequeño tranvía elevado que trazaba un recorrido alrededor del centro urbano. Pero habrá que esperar hasta 2018 para que finalicen las obras del nuevo tranvía o light rail. Mientras tanto se puede ir en autobús –es costumbre saludar siempre al conductor al subir y antes de bajar– o se puede caminar unos 30 minutos a lo largo de George Street. Esta última opción permite admirar edificios históricos como las galerías del Queen Victoria Building (QVB), y llegar hasta Chinatown, en Haymarket, descubrir sabores asiáticos en restaurantes malasios, tailandeses, japoneses o chinos, e incluso visitar el mercado en el que se abastecen, el siempre ajetreado Paddy’s Market.