Rumanía: Transfagarasan, la carretera más bonita del mundo
Y no está en los Alpes, está en ¡Rumanía!
Los de Top Gear no se ponían de acuerdo acerca de cuál era el mejor deportivo Gran Turismo del 2010. Así que decidieron irse a Rumanía para probar cada uno de los favoritos: un Aston Martin DBS, un Ferrari California y un Lamborghini Gallardo Spyder. Cualquiera de los tres sería el sueño de todo aficionado al motor.
En un momento del programa, segundos antes de tomar una curva cerrada, Jeremy Clarkson, el polémico ex presentador de la serie automovilística, grita entusiasmado: «¡Esta es la mejor carretera del mundo!» y su Aston Martin plateado derrapa en la salida como si fuera un relámpago sobre el asfalto. Desde entonces, así se conoce a la Transfăgărășan.
LA LOCURA DE CEAUSESCU
La Transfăgărășan parece un Scalextric gigante de más de 90 kilómetros diseñado por alguien con afición a las curvas. Las hay de todo tipo, horquillas, abiertas, en ángulo recto, de doble radio, con peralte… Tantas quela velocidad media del recorrido apenas supera los 40 km/h. Motos de trail llenas de pegatinas y diferentes modelos de automóviles dan cuenta de que ésta es una de las rutas favoritas para los aficionados al motor. De hecho, numerosas revistas especializadas suelen hacer las pruebas de modelos aquí.
El trayecto alcanza una altura de 2.042 metros e incluye varios túneles, viaductos, centenares de panorámicas zigzagueantes, laderas, valles, colinas, arroyos, cascadas y atraviesa los Montes Fagaras, de ahí lo de Trans-Fagaras, al sur de los Cárpatos, conectando las regiones de Transilvania y Valaquia.
La excusa de una posible invasión de la Unión Soviética, que en 1968 ya había hecho lo propio con Checoslovaquia, llevó al régimen de Nicolae Ceausescu a construir esta carretera. Por ello, se la conoce popularmente como la ‘locura de Ceaucescu’. El dictador quería un acceso para sus tropas por las montañas y que resultase muy difícil de bloquear en el caso de que Rumanía también estuviera dentro de los planes anexionistas de los soviets.
Así pues, las obras comenzaron en 1970. Hicieron falta 6.000 toneladas de dinamita, miles de soldados y muchas muertes -oficialmente unas cuarenta, pero parece que fueron muchas más debido a las circunstancias sufridas durante la construcción- para acabarla cuatro años más tarde.
MUCHO MÁS QUE CURVAS
Con una carretera así, lo que se desea es sumar kilómetros, disfrutar con la trazada, con las sensaciones del vehículo, con el espectacular paisaje de las montañas. Cuesta mucho frenar, pero hay diversos lugares donde habrá que hacerlo.
Para llegar a esta fascinante carretera por su acceso sur (otra opción es hacerlo a la inversa, desde el norte) lo mejor es dirigirse desde Bucarest a Pitesti, la ciudad donde se ubica la fábrica principal de Dacia, la marca del automóvil nacional de Rumanía. Está claro que no tiene el glamour de los superdeportivos que usaron los presentadores de Top Gear para recorrer la Transfăgărășan, pero, a cambio, estos vehículos han democratizado las excursiones familiares en el país y sus modelos abarrotan todas las carreteras.
Dado lo inhóspito del lugar, el acceso permanece cerrado de octubre a junio por la gran cantidad de nieve que se concentra en diversos tramos.
Desde Pitesti, siguiendo las indicaciones a la DN7C, que es el nomenclatura oficial de la carretera, se alcanza fácilmente Curtea de Arges, una de las ciudades más antiguas de Rumanía. Fundada en el siglo XIII por Radu el Negro, vale la pena visitar el monasterio de Arges. No es que sea un monumento de grandes dimensiones, pero destacan sus torres de fantasía ortodoxa.
Visible desde la misma carretera, unos kilómetros más adelante, aparece el castillo de Poenari, la mítica fortaleza de Vlad Tepes o, más conocido como Vlad el Empalador, el personaje histórico que sirvió de inspiración a Bram Stoker para su Drácula. El castillo está en ruinas, pero cómo resistirse a uno de los lugares más legendarios de Rumanía. Si las condiciones físicas lo permiten, hay que subir los casi 1.500 escalones hasta llegar hasta llegar a lo que queda de los torreones para contemplar las vistas del valle.
Un poco más adelante, sale al paso la imponente presa Vidraru y su embalse, siempre entre tinieblas, como si fuera parte del escenario de Drácula. Construido en los años 60, antes que la misma carretera, la pared de la presa da vértigo con sus 160 metros de altura.
En este punto se comienza a ascender bordeando el lago. Las vacas suelen cruzarse de vez en cuando, las ovejas pastan bucólicas en los márgenes y, siempre, la formidable silueta de las montañas recortadas en el horizonte. Se llega al túnel Capra, entre el distrito de Arges y Sibiu. Este túnel de casi un kilómetro de longitud es la antesala a la parte más escénica de la ruta.
Una sucesión de curvas trepan poniendo a prueba la pericia en la conducción. Al alcanzar la salida del túnel, aparecen a ambos lados de la carretera diversos puestos de venta con productos típicos de la gastronomía rumana.
Aparcando el vehículo, a la derecha, tras pasar algunas construcciones en forma de cabañas, se podrá disfrutar de la belleza del lago glaciar Balea. En esta parte se puede disfrutar de algunas rutas de senderismo que se encuentran entre las más interesantes de Europa.
El descenso del puerto de montaña se hace por la cara norte, disfrutando de vistas espectaculares y de la conducción, en dirección a Cartisoara. Finalmente, la invasión soviética no llegó nunca, pero quedó la Transfăgărășan como recuerdo imborrable de otros tiempos y, ahora, también, como uno de los destinos turísticos imprescindibles de Rumanía.