La Habana: Viaje a Cuba en Crucero – Segunda Parte
Como comenté en la primera parte de este reportaje, tenía otros planes de viaje al comenzar el año, pero se fueron posponiendo y de repente apareció la posibilidad de viajar a Cuba y nos montamos en un crucero que nos facilitaba hasta el trámite de entrada.
No puedo dejar de comentar que amo la música cubana, su comida y el humor de su gente y que admiro el “empuje” de estos hermanos, que además dan cátedra de cómo se ayudan los unos a los otros, sin importar dónde les toque estar. Por eso, la idea de darnos un “brinquito” para nuestro aniversario sonaba maravillosa y propicia según se fueron dando los acontecimientos.
Les cuento que por lo tarde que nos decidimos, no conseguía cabina en el “range” que estábamos dispuestos a pagar y que terminamos comprando lo que había “garantizado”. Para nuestra sorpresa, al final nos asignaron una ‘suite’ en uno de los “decks” más altos y con algunos privilegios.
Cuando hice “check-in” por Internet confirmé que el barco ofrecía opciones de excursiones variadas, con diferentes recorridos por La Habana, visitando algunos lugares emblemáticos durante el día y El Tropicana, durante la noche. Pero, según iba compartiendo que me iba de viaje con unas pocas amistades, fui encontrando que quienes ya habían estado me recomendaban hacer los recorridos por nuestra cuenta. Se daban muchas coincidencias entre los sitios que nos sugerían visitar durante el corto tiempo que íbamos a estar en esta ciudad: La Habana Vieja, sus plazas y su catedral; El Floridita, La Bodega del Medio; los paladares y el Vedado, entre otros.
Es así que recibo otra agradable sorpresa cuando una buena amistad me dice que conoce personas en Cuba que pueden ayudarme a hacer un “tour” personalizado y aprovechar al máximo el poco tiempo que íbamos a estar. Llegar con esta seguridad no tiene precio y luego de acordar un “rate/hr”, solo fue necesario intercambiar un mínimo de información para que nos recogieran en el puerto. Aclaro que supe de personas que consiguieron hacer este tipo de arreglos al llegar a La Habana porque el puerto es súper céntrico, frente a una plaza, pero pienso que nuestra experiencia fue extraordinaria porque nos sentíamos seguros ya que era alguien recomendado. De hecho, por el cambio de moneda, hacer turismo guiado en Cuba no se puede decir que es económico, pero comparado con los precios del barco, las opciones en puerto, resultan más razonables y abarcadoras.
Aprovecho para decir que para visitar Cuba es necesario tener pasaporte y que éste no expire antes de 6 meses, así como pagar un visado que el mismo barco te facilita luego de que llenes unos documentos, por $75/persona. En torno al cambio, por un dólar solo te dan .86 CUC, moneda de mayor uso en Cuba y en el mismo puerto puedes cambiar, pero hay que medirse porque en algunos lugares te aceptan el dólar y te dan hasta .90 CUC/dólar.
Inmediatamente divisamos desde nuestro balcón La Habana, pudimos notar algunas semejanzas con San Juan y nos llamó la atención la gran extensión de su castillo Del Morro y una gran escultura de Cristo que destaca en las cercanías.
El paso por la aduana cubana es rápido y lo primero que notas al salir es lo concurrida que está la zona, llena de coches tirados por caballos, invitándote a pasear por los alrededores, igual que otros transportistas en taxis modernos y en carros convertibles, impecables, que datan de los años 50. De hecho, hay guaguas de turismo de dos pisos que luego me enteré son de fabricación china y pertenecen al gobierno. Era sábado y realmente lo más que veíamos eran turistas. En la Plaza de San Francisco de Asís, al cruzar, nos esperaba nuestro chofer y guía, que desde el primer momento fue amable y muy profesional. Inmediatamente le dijimos lo que nos interesaba ver y hacer comenzó nuestro recorrido.
Desde el puerto viajamos hacia la Habana Nueva, pasando por el extenso malecón y viendo famosos hoteles y embajadas, hasta adentrarnos ya a zona residencial y llegar a un lugar muy pintoresco, Fusterlandia, donde un artista local se ha dado a la tarea de recrear en mosaicos estampas de la vida cubana y de sus tradiciones. Entre pequeños establecimientos que vendían artesanía se encuentra una galería con una sencilla cocina donde una señora preparaba un guiso que olía de maravilla. De allí continuamos nuestro recorrido pasando por la entrada que conduce a El Tropicana, visitamos Miramar y El Vedado y pudimos ver la Casa de las Américas, el Hotel Habana Libre y El Presidente, así como la Plaza de la Revolución. De este segmento nos llamó la atención que la arquitectura de Miramar es increíblemente parecida a la del vecindario con el mismo nombre de San Juan, igual que las de El Vedado pasarían por las de nuestro Baldrich, sin remodelaciones, pero bastante bien conservadas. No puedo evitar comentar que pasábamos por residencias de personas que viven en mejores circunstancias que las que luego vimos en la Habana Vieja. A pesar de que el deterioro se entre-mezcla con estructuras en mejor estado, todo está limpio y se ve muy poco movimiento en los vecindarios. Donde único se veían muchas personas era en los lugares donde esperaban por transportación publica y en donde se venden provisiones en “puestos” semejantes a los que décadas atrás abundaban en Puerto Rico y que hoy solo se ven en los campos. De igual forma, encontramos por las calles los carritos de lo que antes aquí llamábamos “revendones” de frutas, viandas y vegetales.
Entre una cosa y otra, paramos a tomar café con la encantadora familia de nuestro chofer, planificamos y compramos los boletos para ir por la noche a ver un espectáculo de música cubana y conseguimos comprar una buena imitación de una de las famosas marca de tabaco cubana. Luego nos fuimos a El Floridita, “la cuna del Daiquirí”, famoso bar que frecuentaba el escritor Ernest Hemingway, por lo cual en una esquina tienen una fantástica escultura del autor de “El Hombre y El Mar”. El ambiente es genial, con música en vivo, mesas alrededor del bar y un salón comedor en el fondo. ¡Aunque no cabía un alma, el sitio resultaba divino! Los tragos son clásicos, sencillos y sabrosos, a precios razonables para ser un lugar absolutamente turístico y tienen alternativas para “picar” de mucha influencia española. Allí pudimos notar lo que luego fuimos confirmando: la mayoría del turismo es de origen Europeo y Oriental.
Caía la noche y un gran diluvio cuando paramos a cenar en un “paladar”, restaurantes que operan en una residencia familiar y que van desde lo más sencillo hasta unos más ostentosos, siempre sirviendo comida típica cubana. Este era cerca de El Morro y nos recibieron con música en vivo y un ambiente acogedor. Como conocíamos todas las canciones fue fácil que supieran que éramos puertorriqueños y enseguida mostraron su aprecio. Pedimos Pulpo, Pollo y un Guiso de Cordero que sirvieron con varios acompañantes: arroz blanco, frijoles negros, fufú (majado) de plátano y berenjena, todo bueno, no necesariamente económico, pero razonable. Luego fuimos hasta una loma al lado del castillo desde donde se ve La Habana Vieja encendida y hasta los barcos en el puerto.
Cuando finamente llegamos a la Habana Vieja, de noche y caminando por sus calles, vimos un cuadro bastante desolador en algunas zonas, donde era muy notable el deterioro en calles y edificios, hasta con formas de iluminación improvisada. Entre ellos habita gente más “ruidosa” y alegre, que entraban y salían de uno y otro edificio; se escuchaba música de radio a todo volumen y se veían niños jugando y corriendo. Volvemos a notar que entre una estructura y otra, se ven contrastes, porque hay edificios rehabilitados por alguna razón público-social, comercial o turística. Caminamos por plazas, por La Catedral y hasta la Bodega del Medio, donde había música y un concepto semejante al de El Floridita, pero con menos bullicio. En un corto recorrido en carro, destaca el Teatro García Lorca que ahora se llama Alicia Alonso, impactante por su fabulosa arquitectura con su iluminación nocturna y lo que era antiguamente la estructura que albergaba el Capitolio. Igualmente se lucen los hoteles, tanto los nuevos como el “Packard” de Iberostar, como otros que ocupan edificios coloniales remodelados.
Luego llegamos al Centro Rosalía de Castro, en cuyo tercer piso hay un gran salón donde por $30/persona pudimos disfrutar de un maravilloso espectáculo, incluyendo tres tragos. Allí nos esperaban famosos cantantes cubanos de los ’50, conocidos por haber sido parte de la Matancera y/o del Buena Vista Social Club con una orquestasa en vivo que sirve de marco para que voces extraordinarias interpreten éxitos conocidos, incluyendo muchas canciones de nuestro Rafael Hernández. Una pareja de bailarines cubanos recorría el salón al ritmo de la música más animada y los mismos cantantes se mezclaban con el público. Nos encantó el espectáculo, que al igual que otros lugares visitados, estaba repleto de turistas que terminaban levantándose a bailar sin encontraban un espacio cercano a su mesa. Era lo que queríamos ver… Llegamos al barco cercanas las 12 de la medianoche y acordamos encontrarnos la próxima mañana para ver la Habana Vieja de día.
Nuestro último recorrido incluyó caminar por la calle Mercaderes, donde encontramos tienditas especializadas, entre las cuales me encantó una estilo “botica”; hoteles “boutique” coloniales, con hermosos patios interiores, maravilloso mobiliario y música en vivo; pequeñas plazas; museos y tiendas de arte. En el camino a la Plaza Vieja nos encontramos un trompetista interpretando “Bésame Mucho” que literalmente nos envió el sonido de un beso cuando notó que lo fotografiábamos. El gran espacio que se abre al llegar a la Plaza nos hace recordar España y sus “plazas mayores”. Esa zona está restaurada y es magnífica porque todo lo que le rodea es interesante, incluyendo excelentes vistas. Un detalle que me llamó la atención en La Habana, fue la cantidad de esculturas en los espacios comunes, todas ocupando un lugar importante y donde José Martí es la figura más frecuente. De hecho, en algún momento pasamos por la casa que habitó Martí y por la del Ché. Ya en carro, pasamos por el Museo de la Revolución, por el Castillo de la Real Fuerza y la Cabaña. Luego volvimos a El Floridita, donde nos sentamos “con calmita” a disfrutar del rico daiquiri y de varios aperitivos.
La última parada fue el Mercado de Artesanías, un espacio enorme con infinidad de puestos, similar a los que habíamos visto en Mexico, donde abundan trabajos en madera (muchas piezas que se arman y desarman); arte con estampas cubanas; piezas de ropa como guayaberas; instrumentos musicales; trabajos en cuero y joyería con cuarzos o productos del mar; entre otros.
Así llegamos al final de esta corta visita que nos dejó con deseos de regresar a conocer más de su gente, fuera del entorno turístico. Nos quedamos con ganas de ver playas, campo y la rutina de un día cualquiera. Y, es que nos llevamos una maravillosa impresión de ese sello de autenticidad que tiene Cuba, que ni el tiempo ni los cambios han podido quitar; de su gente agradable y agradecida y de un lugar tan parecido a nuestra Isla que te hace sentir como si fuera la tuya. Por eso, no quisimos decirle adiós, si no, ¡Hasta luego Cuba!