Aventura entre hielo y osos polares en las islas Svalbard
¡Oso a la vista! La megafonía del MS Fram lo anuncia claramente mientras el barco de la compañía Hurtigruten, especialmente diseñado para navegar las aguas polares como estas que contornean el archipiélago de las Svalbard, el territorio europeo más septentrional y ya situado en el Círculo Polar Ártico, vira alegre gracias a su adecuado diseño para tales maniobras y a su ajustado tamaño, cambiando su rumbo suavemente en apenas unos minutos.
Todo ha ocurrido repentinamente rumbo a la isla de Moffen, apenas a un centenar de kilómetros del Polo Norte y punto más septentrional de este crucero que embarcó y regresará a Longyearbyen, la capital de las islas Svalbard. Ha sido otro barco el que ha avisado al puente de mando del MS Fram de que estaban contemplando un oso polar junto al glaciar que se desprende en la cabecera del fiordo.
El barco, cuya denominación es la misma que la de aquella embarcación mítica que hizo a varios exploradores noruegos alcanzar las más remotas latitudes de las aguas árticas antárticas, entre ellos el famoso Roald Amundsen o Fridtjof Nansen -el primero que logró realizar la travesía del océano Ártico-, goza de todas las comodidades modernas; de hecho es un barco joven pues fue creado en el 2007 y diseñado con la tecnología más vanguardista para explorar las aguas más complicadas para la navegación, como las que rodean los polos terrestres.
Dispone de magníficos salones acristalados para disfrutar de las vistas de una manera abrigada y panorámica, gimnasio, jacuzzi y restaurante donde se sirve un fastuoso almuerzo que queda en espera cuando todo el pasaje escucha el aviso del ansiado encuentro con el rey del Ártico, el oso polar y único oso marítimo del mundo.
Todos se apresuran a ponerse sus prendas de abrigo para apostarse en proa y sobre las amplias pasarelas de las diversas cubiertas esperar atisbar al mayor predador terrestre y uno de los más fascinantes de la tierra. Y efectivamente, no uno sino dos machos caminan y nadan por las aguas árticas a sabiendas de que son los dueños de su hábitat, este archipiélago ártico que se extiende entre los 74º y 81º N a través de varias islas de grandes proporciones y un buen número de pequeñas islas e islotes que recortan su geografía litoral.
Un territorio inhóspito para el ser humano que, sin embargo, gracias a la mezcla de corrientes marinas de sus aguas posee una riqueza excepcional de vida natural asociada a las aguas oceánicas, como las colonias de aves marinas, peces tan comerciales como el salmón o el bacalao, mamíferos marinos como ballenas, morsas y focas y, sobre todos ellos, el oso polar.
Los osos se desplazan con grandes zancadas mientras su pelaje de color marfil brilla bajo la luz solar para, instantes después, sumergirse en el agua y nadar con naturalidad, pues se hallan en un medio también habitual para ellos. No en vano suelen apostarse en los trozos de hielo flotantes de la banquisa ártica en espera de su más preciada presa, la foca, a la que atrapa cuando emerge a respirar.
A sabiendas de lo mortífero que suele resultar para el hombre un encuentro con el oso polar, el observarlo desde la proa del barco, que se ha situado muy próximo a la orilla, resulta aún más gratificante por la seguridad que conlleva. No ocurrirá lo mismo en los próximos días cuando en los sucesivos desembarcos se intuye que el oso polar puede estar en esas aguas oscuras o bien caminando por ese mismo paisaje ártico que el pasaje se dispone a descubrir a pie.
Como escolta excepcional, el equipo de expedición que perfectamente entrenado disponen de un rifle y una pistola de fogueo para actuar con rapidez en caso de un encuentro fortuito en cualquier lugar o momento con un oso polar.
Será guiados y apoyados por este grupo de profesionales y buenos conocedores del territorio ártico, desplegado con antelación a que se inicie el desembarco, como se descubre la belleza recortada de montañas espectaculares del fiordo Hornsund, observando las aves que anidan en los dos brazos del fiordo Bellsund, caminando por Bamsebu entre los centenares de huesos de ballenas belugas de una antigua estación ballenera establecida en 1930. Sobrecogidos por la belleza indómita que la naturaleza muestra en el glaciar Conway, se conoce la historia geológica del archipiélago viendo las rocas del fiordo Liefdefjorden o se contemplan antiguas cabañas de tramperos, como la de Mushamna.
Será en la medianoche de uno de esos días interminables de luz del verano ártico, después de haber pensado que no puede divisarse un paisaje de montañas y glaciares más hermoso tras recorrer el fiordo Raudfjorden en el extremo noroeste del archipiélago, cuando la singladura alcance el enclave más septentrional del archipiélago. Ocurrirá al cruzar los 80ºN al divisar la plana y arenosa isla de Moffen.
El sol la ilumina con una luz cálida que pareciera de atardecer aunque el reloj ya hace rato que sobrepasó la medianoche. Las morsas que reposan en la arena de esta reserva natural ártica, donde no está permitido el desembarco salvo con fines científicos, con sus movimientos confiados y ajenos al observador parecen ignorar la presencia silenciosa de los motores del MS Fram y su pasaje admirado ante un momento tan hermoso como único al haber llegado a una de las últimas fronteras del Ártico.