Ramsés II, ¿me permite su pasaporte, por favor?
Ramsés II, el faraón más grande, guerrero y diplomático, constructor y hombre de leyes, “el más grande gobernante del mundo”, el que fue capaz de derrotar a los hititas en las puertas de Qadesh. Su poder fue ilimitado, sin embargo, también él necesitó acreditarse con un pasaporte como cualquier mortal cuando necesitó desplazarse, aunque fuera después de… muerto.
Hace pocos días me llegó una noticia que desconocía, a pesar de que hacía ya varios años que se publicó. Se trataba de una fotografia del pasaporte de Ramsés II publicada a través de la cuenta de Twitter del arqueólogo David S. Anderson. El tuit se hizo viral y recorrió el mundo entero, y aunque el propio Anderson apuntaba que era un montaje, se basó en un hecho real y así lo explico el New York Times en septiembre de 1976.
En 1976, la momia de Ramsés el Grande fue llevada a Francia para ser sometida a una serie de estudios y trabajos de conservación con las técnicas más punteras del momento. El faraón fue recibido en el país galo como si de un Jefe de Estado en activo se tratara.
el 26 de septiembre de 1976, Ramsés II, el faraón más longevo y famoso (reinó nada menos que 67 años), se convirtió en el primer rey del antiguo Egipto que se subió a un avión. La momia del monarca, de tres mil años de antigüedad, fue subida a un avión militar de hélice tipo Transall dentro de un sarcófago de madera de roble especialmente fabricado y a prueba de choques, incendios e insumergible. Los miembros de Ramsés estaban acolchados entre papel, algodón y gomaespuma para protegerlos de las turbulencias del viaje. El faraón se dirigía Francia, al aeropuerto de Le Bourget, donde le serían rendidos honores de Jefe de Estado para posteriormente ser trasladado a París, donde la momia del rey iba a ser sometida a un minucioso estudio y proceso de restauración que duraría ocho meses.
HONORES DE JEFE DE ESTADO
Ramsés fue despedido en el aeropuerto de Heliópolis, en El Cairo, asimismo con honores de Jefe de Estado, y fue escoltado y acompañado en todo momento por el embajador de Francia en Egipto y por la famosa egiptóloga Christiane Desroches-Noblecourt (entonces conservadora del departamento de antigüedades egipcias del Museo del Louvre), que no le abandonaría en ningún momento. Tras el despegue, el viaje desde El Cairo se hizo a baja altura para evitar las turbulencias. Se dice que el piloto, antes de abandonar el espacio aéreo de la capital, dio una vuelta a la ciudad para ofrecer al viejo faraón una última visión de la tierra que gobernó. Cuando el avión entró en espacio aéreo francés, fue escoltado por dos reactores militares. A su llegada, Ramsés fue recibido por la secretaria de Estado para Universidades Alice Saunier-Seité, el embajador de la República Árabe de Egipto en Francia, el general en jefe de la base aérea y un destacamento de la Guardia Nacional. La Secretaria de Estado pronunció estas emotivas palabras: «Francia saluda a los restos mortales de uno de los más grandes Jefes de Estado de toda la antigüedad».
«Francia, saluda a los restos mortales de uno de los más grandes Jefes de Estado de toda la antigüedad».
Pero la salida al extranjero del faraón no estuvo exenta de dificultades. Estuvo sometida a largas negociaciones entre los dos países. Las leyes francesas exigían que «cualquier persona, viva o muerta» que entrase en su territorio debía llevar un documento de identificación en regla para acceder legalmente al país, así que las autoridades egipcias tuvieron que emitir los documentos migratorios pertinentes para que el anciano faraón pudiese viajar sin problemas. Así, Ramsés también se convirtió en el primer faraón que obtuvo un «pasaporte».
HONGOS Y BACTERIAS
Pero ¿qué le pasaba a la momia de Ramsés II? ¿Por qué se había tomado la drástica decisión de trasladarla tan lejos de su hogar, en un viaje sin precedentes? El motivo era su delicado estado. La incisión a través de la cual los antiguos embalsamadores habían extraído los órganos del monarca se estaba ensanchando cada vez más, y ese deterioro alarmó a los científicos que la habían estudiado a principios de la década de 1970. Adem��s, una serie de pequeñas «hendiduras» atravesaba asimismo el envoltorio de lino que cubría brazos, piernas y el busto de Ramsés. También tenía un corte de 40 cm que le atravesaba la cadera. Y, lo más preocupante, cuando los investigadores abrieron la caja de cristal donde se exponía la momia en el Museo Egipcio de El Cairo notaron un fuerte olor que delataba la presencia de bacterias y hongos. Si se quería salvar la momia de Ramsés era preciso intervenir de inmediato.
LA PUESTA A PUNTO FINAL
Tras el estudio de la momia, los conservadores tomaron el relevo. Se procedió a limpiar y arreglar las vendas que aún cubrían parte del cuerpo del faraón, sobre todo manos y pies. Se limpiaron de arena y polvo, y los trozos sueltos de tejido fueron recosidos con hilos de lino antes de envolver con ellos de nuevo a la momia. También se recuperó un sudario de lino de la dinastía XIX del Museo del Louvre, que fue lavado con agua destilada varias veces, y se cubrió con él a la momia del faraón. El ataúd también fue cuidadosamente restaurado. Al final, el monarca fue depositado de nuevo en su féretro y sometido a una intensa «ducha» de rayos gamma de cobalto para eliminar totalmente los hongos y bacterias. El proceso tuvo lugar en una instalación nuclear fuera de París, concretamente en el Centro de Energía Nuclear de Grenoble.
En mayo de 1977, la momia real fue subida de nuevo a un avión con todas las precauciones para regresar a su país de origen y despedida por las autoridades francesas con la misma ceremonia protocolaria que a su llegada. Una vez de regreso a Egipto, se sacó al faraón de su embalaje y los presentes quedaron entusiasmados por el trabajo realizado por los expertos. El presidente egipcio, Anwar el-Sadat, envió un sentido telegrama a su homólogo, el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, en el que decía lo siguiente: «Querido y gran amigo. Doy gracias a Francia, por el grandioso trabajo de sus expertos. La cooperación científica y técnica de nuestros países, enorgullecerá a las generaciones futuras». Desde entonces Ramsés II, «curado» de sus afecciones, descansa, ahora sí, para siempre, en la sala de las momias reales del Museo Egipcio de El Cairo.