España: De ruta por la salvaje costa oeste de Asturias
Todos los imprescindibles del Paisaje Protegido de la Costa Occidental, el gran desconocido del Principado.
UNOS ACANTILADOS SOLITARIOS
La siguiente parada obligatoria se encuentra en el Cabo Vidio, cerca de Oviñana. Al borde de estos acantilados feroces de 90 metros de altura azotados por el nordeste, se ubica este faro desde 1950 para guiar a los navegantes a través de estas peligrosas aguas de ensenadas rocosas,afilados escollos e islotes desmembrados. Desde el balcón más elevado del Paisaje Protegido se domina toda la costa occidental e incluso se vislumbra la estaca de Bares (Galicia) los días despejados. Aquí, los senderos conducen hasta la cueva de la Iglesona, tan solo accesible con la bajamar, o a los cantiles donde las vistas son de infarto como lo son sus atardeceres. El cormorán moñudo y la gaviota patiamarilla suelen anidar por estos riscos vertiginosos.
UNA PLAYA EN SILENCIO
Sin salir aún del municipio de Cudillero y justo al lado del pueblo de Castañeras, se esconde este refugio de calma y magnetismo especial: la playa del Silencio. A pesar de su fama continúa haciendo honor a su nombre, nunca abarrotada y muchas veces desierta. Los precipicios verticales tapizados de pino y matorral protegen este xogarral (playa de cantos) con forma de media luna de 510 metros de longitud, que le da un aire tropical y obliga al visitante a dejar el coche y descender caminando. El premio, como casi siempre, merece la pena: un baño en esas aguas de color azul claro que se va tornando más intenso a medida que sobrepasa los límites de esta bahía salteada por negruzcos arrecifes.
UNA ERMITA QUE SINTETIZA ASTURIAS
A 80 metros de altitud, en el extremo de la Punta del Cuerno, se conserva una ermita de cuento construida en 1931 en memoria de la virgen de la Riégala, dos hórreos de anuncio y una de esas estampas que justifican eso de “Asturias Paraíso Natural”. La Regalina es una bucólica pradera situada en el concejo de Valdés, al final del pueblo de Cadavedo, donde el último domingo de agosto se celebra la festividad homónima reconocida como Bien de Interés Turístico Regional. Desde este enclave se aprecia la playa de Cadavedo y la ensenada de la Riberiona, antiguo fondeadero de barcos balleneros. Al este, el Cabo Vidio y al oeste el de Busto, con los bosques de pinos y eucaliptos que trepan por las colinas del interior.
UN SENDERO HASTA EL CABO
Con el murmullo de las olas del Cantábrico golpeando sus paredes de cuarzo y pizarra, discurre la senda costera que comunica la ermita de la Regalina con el faro del Cabo Busto. Esta ruta de 22 km forma parte de la GR 204, que vértebra todo el litoral cantábrico, y a su vez de la E 9, una enorme travesía europea por toda la costa del Atlántico.
Hasta Busto, este recorrido a pie bordea parajes totalmente vírgenes formados por xogarrales como el de Campiecho o Quintana, islotes con formas caprichosas a merced del océano como el de Los Perceberos, ensenadas con fondos cristalinos ideales para el snorkel y acantilados de 80 metros cortados a cuchillo. Los más espectaculares se encuentran en el cabo Busto donde también se conservan yacimientos arqueológicos que evidencian la presencia humana en la zona hace medio millón de años.
UNA CUEVA DONDE SURFEAR
El río Esva conforma en su desembocadura un pequeño estuario de marismas y dunas protegidas donde los surferos, con permiso de la playa de Otur, han encontrado su spot favorito en la zona. La playa de Cueva es un arenal de 500 metros y orientación noroeste horadado por multitud de cavidades rocosas y bendecido por olas poderosas en invierno y más suaves en verano.
Su tranquila pradera se ha convertido en un punto de encuentro de surfistas y nómadas, donde nunca faltan las furgonetas aparcadas con matrículas de todas las partes de Europa, los neoprenos secándose al sol entre los pinos y las hogueras que iluminan las noches estrelladas. El espíritu de la Costa Oeste era este.
UNA VILLA REPLETA DE CALAMARES GIGANTES
Luarca, con 5.000 habitantes, es la localidad más importante del Paisaje Protegido de la Costa Occidental. La Villa Blanca de la Costa Verde, recibe al viajero desde la ermita de la Atalaya y desde la de san Roque; con sus casitas níveas de pescadores y sus elegantes palacetes indianos; entre el barrio de la Pescadería y el del Cambaral y a través del cauce del río Negro que avanza meandro tras meandro hasta uno de los puertos pesqueros más emblemáticos del Principado. Sin embargo, la villa natal del premio nobel Severo Ochoa también es conocida por albergar la mejor colección de cefalópodos del mundo. En las inmediaciones del cañón de Avilés, a 5.000 metros de profundidad se han encontrado estos 76 ejemplares de hasta 13 metros de longitud y 250 kg de peso que se pueden descubrir en el Parque de la Vida.
UNA TORRE MEDIEVAL DONDE DORMIR
En medio, literalmente, de la nada, pero con vistas al Cantábrico. Al final de la aldea de Villademoros, entre los campos que se precipitan hacia los despeñaderos, se yergue una torre defensiva construida en el s. VI y declarada Bien de Interés Cultural. Este baluarte, desde donde se alertaba de los ataques normandos y piratas, alberga hoy una suite espectacular de cuatro pisos para cuatro personas amantes de la contemplación, la tranquilidad y las cosas sencillas. El Hotel Torre de Villademoros está compuesto además de este torreón por una casona solariega (550 m2) que data del s. XVIII y dispone de 10 habitaciones de estilo minimalista al servicio del paisaje oceánico y rural que lo envuelve y que aquí, es el principal protagonista.
UN GASTRO-HOMENAJE AL CANTÁBRICO
En los fogones y en las mesas de la Costa Occidental también se rinde pleitesía al mar Cantábrico en forma de salpicón de pixín (rape), merluza a la sidra, arroz con bogavante, caldereta de pescados de roca, lubina a la espalda o calamares de Luarca. Un sinfín de elaboraciones de una cocina que tiene el producto fresco por bandera y el buen hacer como norma en templos como el Restaurante Sport y El Barómetro en Luarca, Casa Consuelo en Otur o El Pescador en Cudillero.