Como si una bandada de flamencos hubieran parado a descansar en esta zona de la costa occidental australiana y se hubieran desteñido por completo dejando sus particulares plumajes rosados en el fondo de la laguna. Así es el Lago Hillier, tupidamente rosa. Desde las alturas, esta maravilla de la naturaleza contrasta de lleno con el paraje verde de la vegetación litoral y el azul oscuro del Índico, a tan solo unos metros de él. A pesar de la rareza, su pigmentación se debe a un tipo de bacterias que vive en la costra de la sal. Estos microorganismos son los responsables de dar ese toque de color tan característico, aunque no siempre son rosas. Existen varios lagos alrededor del mundo que abren la gama cromática a verdes fosforescentes, azules lechosos o incluso rojos tintos.