Fuerteventura, el paraíso playero de las Canarias
El viaje por Fuerteventura invita a disfrutar de sus fabulosas playas, pero también a realizar una inmersión en las entrañas de la isla más antigua de las Canarias, emergida del mar hará unos 20 millones de años. La erosión desmanteló sus dos grandes volcanes, tan elevados como el actual Teide, y configuró un paisaje de amplias planicies, jalonado por el Macizo de Betancuria (762 m) en el centro o las Montañas de Jandía (807 m) al sur. Al igual que en Lanzarote, los vientos alisios apenas hallan obstáculos que les permitan elevarse lo suficiente para descargar su humedad. Por eso Fuerteventura se reviste de ocres y sustenta una fauna y una flora adaptadas a la escasez de agua. Todo ello intensifica el sabor de su queso de cabra, de raíz aborigen, o el del zumo del tuno o higo chumbo.
La Península de Jandía, de origen volcánico, se extiende en el sur de la isla, con playas infinitas.
Hasta mediados del siglo XX se llegaba a Puerto Cabras a bordo del barco de vapor El Correillo. Allí desembarcó en 1924 Miguel de Unamuno para su confinamiento durante la dictadura de Primo de Rivera. Hoy la capital de la isla, Puerto del Rosario –con aeropuerto a 4 km–, tiene junto al Cabildo un museo dedicado al escritor. Ocupa la casa que le dio cobijo y donde inició su cuaderno De Fuerteventura a París, publicado en 1925. En él cuenta que paseó en camello, tomó el sol en cueros y sintió Fuerteventura como un respiro, tal y como escribió al regresar de su exilio.
Hacia el interior de la isla
En busca de ese paisaje austero, desnudo y desértico que describió Unamuno nos dirigimos al Mirador del Morro Velosa. Desde este punto del interior se avista un panorama de 360 grados que abarca el centro y norte de la isla. Además de las vistas, el mirador muestra una exposición dedicada a los tesoros de esta isla declarada Reserva de la Biosfera: geología, fauna, flora, recursos naturales y patrimonio etnográfico, como el inmenso valor de las gavias, el sistema de cultivo desarrollado por los antiguos habitantes para aprovechar hasta la última gota de lluvia que cae en esta isla de clima semidesértico.
A pocos metros de este punto estratégico hay otro mirador, el de Guise y Ayose. Tiene dos estatuas de bronce dedicadas a estos antiguos menceys, gobernantes de una isla dividida en los reinos de Jandia y Maxorata, que desaparecieron poco después de la conquista.
Desde allí ya se contemplan los tejados de Betancuria, fundada en el siglo XV y capital de la isla durante siglos. Después de pasear por sus calles empedradas, merecen una visita el Museo de Arte Sacro y el Arqueológico. El municipio está casi en su totalidad protegido por el único Parque Rural de la isla, de interés geológico.
El valor natural de Ajuí
En la cercana Pájara se admira la portada de su iglesia, del siglo XVII e inspiración azteca. A escasos 10 km se halla Ajuí, villa y Monumento Natural, con una playa de arena negra, idónea para contemplar la puesta de sol. En esta zona está el meollo de la historia geológica de Fuerteventura. La pared del barranco de Ajuí muestra las capas de la tierra. En la franja inferior, aflora el complejo basal verdoso, las rocas más antiguas de Canarias. Corresponde a la fase de crecimiento submarino, antes de que la isla emergiera del mar y se superpusieran sobre ella volcanes que hoy ya no existen; algo que se ve en contados lugares del planeta. Otra sorpresa son las Cuevas de Ajuí, excavadas por la erosión marina cual catedrales oceánicas. Las dunas fósiles y los sedimentos de la superficie son como esculturas naturales y el summum para aficionados a la paleontología.