Asia y Europa: Transiberiano, de Moscú al Pacífico en tren
Hay pocos viajes ferroviarios tan míticos como el Transiberiano, un recorrido a lo largo de 9.289 kilómetros desde Moscú hasta Vladivostok
El Transiberiano no hace referencia a ningún tren, sino a la línea férrea construida a finales del siglo XIX que unió la Rusia europea con sus lejanas provincias siberianas tras años de trabajos hercúleos. Moscú es el lugar perfecto para adentrarse en la historia y el alma de Rusia, una ciudad que no es asiática ni europea, sino simplemente rusa: iglesias de cúpulas bulbosas que recuerdan mezquitas salidas de Las mil y una noches, el Kremlin agazapado tras sus poderosas murallas rojizas, la sombría arquitectura estalinista, un sinfín de rincones para descubrir una ciudad con mil rostros.
Desde Europa hasta Asia
La línea ferroviaria que une Europa con los confines de Asia condensa siglos de historia. Por las ventanas del tren desfilan las vastas extensiones de campos de cereales de la Rusia europea, los montes Urales con sus desgastadas colinas, la impenetrable taiga siberiana, las cristalinas aguas del lago Baikal y, por último, la visión de Vladivostok a orillas del Pacífico tras haber cruzado todo un continente
Montes Urales
Tras atravesar la gran cordillera y llegar a Ekaterimburgo, el ferrocarril se adentra en Siberia. Esta ciudad, creada en 1723 para convertirse en el centro industrial de la región, pasó a la historia porque allí fueron asesinados el zar Nicolás II y su familia por los bolcheviques.
El paso de las estaciones transfigura los paisajes del Baikal
Centenares de ríos alimentan el lago más profundo del mundo, extenso como Bélgica, pero de él solo aflora uno: el Angará, en la ciudad de List-vyanka. El Baikal es la gran atracción de Siberia. La transparencia inigualable de sus aguas, muy ricas en oxígeno, y la belleza de los paisajes llevan a muchos pasajeros a detenerse en Irkutsk
El alma de Siberia
La joya del Baikal es la isla de Olkhon. Las praderas y los infinitos cielos de Siberia, surcados por bandadas de pájaros, se ven interrumpidos por fugaces visiones del lago. Pilares de madera con telas atadas en honor de los espíritus recuerdan que la cultura chamanística buriata considera sagrada la isla. Khuzhir es la única población, un conjunto de casas de madera desde la que se suele ir al cabo Khoboy para intentar ver las nerpas, las focas de agua dulce endémicas del Baikal. En invierno es factible incluso circular en coche sobre las heladas y transparentes aguas del Baikal.
Destino Vladivostok
Fundada en 1860, Vladivostok («Poder sobre Oriente») prosperó después de que fuera completado el Transiberiano. En 1932 se convirtió en la nueva sede de la Flota Rusa del Pacífico y desde 1958 hasta 1991 permaneció cerrada a los extranjeros. Su asentamiento a orillas del Pacífico, en un golfo llamado el Cuerno de Oro por su similitud con el de Estambul, el ambiente desenfadado y sus avenidas donde es frecuente ver a marineros paseando, le otorgan una personalidad que no poseen el resto de ciudades siberianas y la convierten en un perfecto punto y final del Transiberiano.
Una obra épica
Entre 1891 y 1898 se tendió la vía, ahorrando el máximo en materiales y con la colaboración de reclusos y deportados que veían reducida su condena. Ante los frecuentes descarrilamientos, se optó por reconstruir enteramente la línea. La imagen muestra unos obreros en Krasnoyarsk en 1899.