El baile de las auroras boreales o cómo vivir una noche ‘fantasmal’ polar

Para los vikingos eran el reflejo de las relucientes armaduras de las valkirias cuando enviadas por el dios Odín volaban de noche por los cielos. Algunos pueblos inuits las tomaban por las almas traviesas de los niños que morían al nacer, mientras que otros cuentos nórdicos aseguran que sus destellos los provocan las colas de los zorros árticos al rozar la nieve al galope. La ciencia, menos poética, zanja el origen de las auroras boreales sentenciando que se deben a las explosiones solares en las que el astro rey lanza enormes cantidades de partículas cargadas de energía que son atraídas por el campo magnético de los polos de la Tierra y, al entrar en contacto con su atmósfera, se convierten en esos fogonazos del todo sobrenaturales. Se opte por una u otra explicación, quienes han tenido el privilegio de admirar una aurora no podrán más que coincidir por unanimidad en que se trata de una de las más conmovedoras obras maestras de la Naturaleza.

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De noche, en la soledad de un helador paisaje nevado, lo que al principio se atisba como una leve cortina de brillo irá con suerte agrandándose hasta transformarse en una llamarada que verdosa o púrpura, anaranjada, de rojo intenso o de un blanco fantasmal, se pavonea por las alturas en una danza hipnótica de inalcanzable y etérea belleza. Podrá permanecer casi fija o cambiar de forma a cada instante, podrá durar horas o apenas segundos, jugando al escondite con ese público entregado que, capaz de resistir a la intemperie una respetable cantidad de grados bajo cero, la aguarda. Lo único seguro es que nunca habrá dos auroras iguales y que la incertidumbre de si finalmente hará o no su aparición es parte de su hechizo.

Aunque las ‘luces del norte’ se dan en realidad todo el año –y por supuesto también en el difícilmente accesible Polo Sur–, solo son perceptibles para el ojo humano en determinadas fechas siempre y cuando se den las condiciones apropiadas. Son caprichosas e, incluso estando en el lugar y el momento idóneos, jamás podrá tenerse la garantía absoluta de admirarlas hasta que uno no se las encuentre gravitando literalmente sobre su cabeza. En rarísimas ocasiones este emocionante fenómeno astronómico ha llegado a disfrutarse en geografías tan meridionales como las de España, aunque lo más frecuente es poderlo apreciar en los alrededores del Polo Norte geográfico, entre los 60 y 75 grados de latitud.

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Noruega es uno de esos territorios privilegiados por los que salir a su encuentro. En cuanto van llegando a su fin los meses en los que el Sol de Medianoche hace clarear sus cielos, las auroras le toman el relevo durante las largas noches polares. Siempre que la actividad solar haya sido lo suficientemente importante y no haya nubes ni precipitaciones a la vista, ‘las luces del norte’ podrían verse entre el equinoccio de otoño y el de primavera, es decir del 21 de septiembre al 21 de marzo, con más probabilidades entre las seis de la tarde y la una de la madrugada y en zonas con poca contaminación lumínica, y ello incluye en este caso a la luna.

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Si bien en ocasiones las auroras llegan a avistarse por todo el país, sus mejores miradores se encuentran por encima del Círculo Polar Ártico, con escenarios tan sobrecogedores como las montañosas islas Lofoten, mucho más salvajes bajo el manto de nieve que las cubre en invierno que a lo largo de sus concurridísimos veranos, o el vecino y también bellísimo aunque menos conocido archipiélago de las Vesteralen.

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O, antes de llegar al último confín de la Europa continental en Cabo Norte, por las estepas cuajadas de renos de la Laponia noruega, la tierra que desde hace más de 11.000 años habitan los samis. Allí se puede esperar a las auroras guarecidos en hoteles confeccionados con bloques de hielo como los que cada temporada se levantan en las proximidades de las pequeñas ciudades de Kirkenes y Alta, o salir a buscarlas en una expedición en moto de nieve, en un trineo tirado por huskies o pertrechado sin más de unos esquís o unas raquetas de nieve.

NO DEJES DE… Recalar por las localidades sami de Karasjok y Kautokeino, conducir por las infinitas estepas nevadas de la región lapona de Finnmark, participar en un safari en motos de nieve y una expedición en trineos de perros –cuanto más larga y por parajes más solitarios, más espectacular–, llegar hasta lo alto de las mesetas en las que los renos pasan el invierno, visitar los antiquísimos petroglifos que custodia el Museo de Alta, declarados Patrimonio de la Humanidad, o alcanzar la última punta del continente en Cabo Norte.

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GUÍA PRÁCTICA

CÓMO LLEGAR

Vueling, Ryanair y Norwegian operan vuelos directos desde numerosas ciudades españolas –muchas de ellas en la costa– a distintos aeropuertos de Noruega a precios que, si se reserva con la suficiente antelación, en ocasiones superan por poco los 100 €. Agencias especializadas en Escandinavia como Viajerum Touristforum proponen todo tipo de circuitos y rutas a medida por el país, mientras que otras especializadas en rutas de aventura, como Tarannà, suelen organizar cada año algún viaje a Noruega acompañado de un fotógrafo profesional con el que aprender a capturar las luces de las auroras. Otra forma singular de admirarlas es desde el mar, a bordo de los célebres cruceros-cargueros Hurtigruten, toda una institución que desde hace más de un siglo comunica el litoral noruego los 365 días del año y que, entre diciembre y abril, ponen en marcha su ruta Tras la Aurora Boreal.

CUÁNDO IR
La temporada de auroras en Noruega va del 21 de septiembre al 21 de marzo, aunque los meses con en principio más posibilidades de verlas son octubre, febrero y marzo.

DÓNDE DORMIR
Absolutamente insólitos, los hoteles de hielo Sorrisniva Igloo (sorrisniva.no) y Kirkenes Snow Hotel (kirkenessnowhotel.com), donde hasta las camas están talladas en hielo y, atenuados los fríos con pieles de reno, se duerme a unos –5ºC. También toda una experiencia, las cabañas entre el bosque de Engholm Husky, a las afueras de la pequeña ciudad sami de Karasjok, cuyos dueños organizan los más espectaculares recorridos en trineos de perros. Y para absolutos incondicionales de las auroras, el apartamento para huéspedes del Polar Light Center de las islas Lofoten, un curioso centro donde aprenderlo todo sobre las ‘luces del norte’.

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DÓNDE COMER
A excepción de los postres, presididos por deliciosas tartas caseras de frutos del bosque, la cocina noruega no resulta espectacular y sí muy cara. Incluso aunque se cene en el hotel –algo bastante habitual antes de salir a una expedición de auroras– podrán probarse exquisiteces como el verdadero salmón salvaje, truchas de sus ríos preparadas de las formas más diversas y buenos pescados y mariscos, como el bacalao o los arenques, así como guisos de caza, incluidos los de alce y reno.

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