El gran mirador de la capital colombiana

 

Bogotá la caracterizan sus cerros tutelares, la enmarcan en un paisaje espectacular, la protegen y le otorgan un sello distintivo. No hay viajero que se resista a la tentación de subir en el funicular o por teleférico, tradicionales y pintorescos medios de transporte, para pasar un día muy agradable, almorzar en el restaurante de comida típica bogotana, tomar fotos y sobre todo, mirar desde lo alto la sabana inmensa donde un día muy remoto hace 477 años, el conquistador  y adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada fundó un poblado de doce casas y una iglesia que formó parte de las construcciones religiosas relacionadas con el Jubileo del año 2000. Hoy Bogotá es una importante metrópoli suramericana. En la canción Los Cucaracheros del autor Jorge Añez, una estrofa rinde homenaje a este destino turístico, uno de los más emblemáticos y sugestivos de la ciudad:

“El que en Bogotá no ha ido

con su novia a Monserrate,

 no sabe lo que es canela

 ni tamal con chocolate ”.

Hacia el oriente, por donde sale el sol para calentar la ciudad, a 2640 metros más cerca de las estrellas,  se levanta imponente el cerro de Monserrate, uno de los atractivos para quien llega de visita a Bogotá. Llegar a la estación, prepararse para el paseo, adquirir alguna artesanía o un refrigerio, son parte de un momento previo al ascenso emocionante. Es una experiencia interesante poder ver a esa altura la ciudad hermosa, capital de la República de Colombia, los aficionados a la fotografía tienen una oportunidad especial para captar imágenes imperecederas de la ciudad, metrópoli que crece y se extiende cada vez más.

Al bajarse del vehículo lo primero que impacta es la iglesia del Cristo de los Caídos, construcción religiosa que atrae a miles de turistas por su estilo colonial, su fachada blanca e imponente, sus jardines aledaños llenos de flores y vegetación nativa, los  senderos para caminar con árboles centenarios que le imprimen un carácter único.

Es fascinante ver cómo  los fines de semana se produce una romería de gente, especialmente los domingos, en busca de subir ya sea por los medios de transporte mencionados o ascender a pie por el camino dispuesto, protegido por la policía, con buena señalización, con el aire fresco que es saludable. Algunos lo hacen para pagar una promesa, otros por deporte y entretenimiento.

Una vez conquistan el cerro y llegan al final de su ruta, sienten el placer de degustar alguna vianda criolla, un postre típico bogotano o saborear un exquisito plato en el restaurante San Isidro. Luego caminar por los alrededores para sentir la magia que brinda estar en esa  altura y ver la panorámica vista que regala a sus visitantes.

Como dice el bambuco, quien no ha ido a Monserrate no sabe de lo que se ha perdido, pues es un plan exquisito dejar atrás la ciudad por un tiempo y acercarse a ese cerro maravilloso, lleno de atracciones, un oasis en medio del agitado ritmo de Bogotá que hace que cada día aumente el número de turistas alucinados y a 2.600 metros más cerca de las estrellas.

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