Grandes Reportajes: Funchal, un edén en el Atlántico
Tradiciones, gastronomía, un vino mítico, cultura… La capital de Madeira es una sorprendente ciudad que no deberías perderte
Atrás quedaron los tiempos en los que los hidroaviones aterrizaban en la bahía. Sin embargo, hoy el moderno aeropuerto no resta espectacularidad a la llegada a Madeira. Y es que, si en la mayoría de aeropuertos del mundo aterrizar no deja de ser una rutinaria fase del vuelo, en Funchal, es en sí mismo una experiencia imprescindible del viaje.
En la aproximación, la silueta de la isla se recorta en el horizonte como una gran ballena en el Atlántico. Pero es en la maniobra final, con el avión enfilando ya la pista junto a los acantilados que se levantan verticales sobre el mar, que la exuberante belleza de Madeira se manifiesta a los viajeros vertiginosamente, si es que acertaron a escoger asiento en el ala derecha del avión.
Antes, en el siglo XIX, los ingleses, aficionados a las bondades de las Western Islands, ya hicieron de Madeira uno de sus destinos turísticos favoritos, sólo que llegaban en transatlánticos. Por la isla pasaron Sissi Emperatriz, nobles, reinas y otros miembros de familias reales. Más tarde lo hicieron Winston Churchill o, incluso, Ernest Hemingway. Y tal vez fue de tan ilustres visitantes que a Madeira se le fue quedando un toque de distinción aburguesada que perdura aún a día de hoy.
Paseando por Funchal
Basta pasear por la Avenida Arriaga para darse cuenta de ello. Construida en 1914, sorprende la amplia calzada portuguesa del bulevar, donde a ambos lados, encontramos edificios emblemáticos como el Teatro Municipal Baltazar Dias y el Ritz Madeira. Enfrente, la larga fila de taxis colorea de amarillo el acceso al Jardín Municipal de Funchal, un pequeño edén en la isla jardín.
Más adelante, la fachada del Banco de Portugal y, como si lo custodiara, la estatua de Joao Gonçalves Zarco. A éste navegante y militar le fue suficiente un solo un ojo -el otro parece ser que lo perdió durante la conquista de Ceuta en 1415- para descubrir, primero, en 1418, Porto Santo y, un año después, Madeira. Ya son 600 años del asentamiento portugués en este archipiélago que jugó tan importante papel en la expansión marítima de Portugal.
Siguiendo las farolas decoradas con geranios de la Avenida Arriaga, llegamos hasta la Catedral de Funchal. El que fuera símbolo del poderío marítimo portugués es en la actualidad epicentro de la vida de la ciudad. A su alrededor están las tiendas, cafeterías y los principales edificios administrativos de Madeira.
La emblemática catedral, encargada por el rey Manuel I a finales del siglo XV, fue la primera construida en Ultramar. Su fachada encalada y de toba roja de la isla pareciera no querer competir con la belleza del entorno natural. Pero al entrar, es otra la percepción. Las finas columnas que dividen las naves darán la impresión de mayor esbeltez que la vista en el exterior. La decoración abundante alcanza su máxima expresión en el bello retablo flamenco del XVI. Aún hoy, los habitantes de la isla, se felicitan por el acierto de cambiar su azúcar por las pinturas de Flandes, muchas de ellas también expuestas en el Museo de Arte Sacra, en la Rua do Bispo, 21.
Durante el paseo, tendremos oportunidad de encontrar varios puestos callejeros de fruta. Son una muestra de lo que podremos ver en el Mercado dos Lavradores. Antes, vale la pena parar en la Fábrica de San Antonio, donde llevan desde 1893 vendiendo el típico bolo de mel y otros dulces como las compotas de fruta. Paseando por la comercial Rua Dr. Fernão de Ornelas, llegaremos directos al mercado que ocupa un singular edificio art déco, de 1937. La calçada portuguesa entra en el patio del Mercado dos Lavradores como si exterior e interior fueran una misma cosa. En la entrada, encontramos las vendedoras de flores con sus trajes tradicionales. Nos enseñarán la estrelicia, la flor del paraíso, originaria de Sudáfrica, que es el símbolo de la isla.
En el patio central, los vendedores de fruta y verduras nos ofrecerán mango, maracuyá, kiwis y otras piezas tropicales. Alrededor, los bares con platillos y tapas que dan a las calles adyacentes. Hay ajos, pimientos, artículos de mimbre, de cuero, un rumor constante y popular, como si toda la ciudad pasara por aquí. Al fondo, el espectáculo lo pone la sección de pescados. Imprescindible ver de cerca el popular peixe espada que habremos tenido oportunidad de probar en algún restaurante, junto a plátano o salsa de mango, por ejemplo. Su aspecto abismal, negro, alargado y con afilados dientes, esconde un sabroso sabor.
Teleférico do Monte
Que Funchal es una ciudad selvática se reconoce sin ningún género de dudas al montar en el teleférico que asciende hasta Monte, antigua localidad aupada en la lombada que domina el valle de la ciudad. Llegaremos a la estación, que hoy ocupa un antiguo embarcadero, paseando por la zona velha, el antiguo barrio de pescadores. Antes, hay que pasear por la Calle Santa María para escoger nuestra puerta favorita. Aquí, el Proyecto Arte Portas Abertas ayudó a recuperar antiguas zonas degradadas poniendo un poco de color y arte en las puertas de viviendas, tiendas y restaurantes antiguamente abandonados.
Desde el teleférico, que recorre en unos 15 minutos un trayecto de 3.178 metros y salva 600 m. de desnivel, vemos la ciudad en intimidad. Se esparce desde el centro histórico, escalonada, blanco entre verde, como si fuera un belén en altura, tejados junto a cultivos de plátanos, mangos, aguacates, huertas, alguna que otra cabra o vaca, señoras que desafían las pendientes caminando a paso lento. A nuestras espaldas el horizonte infinito del mar.
Monte creció alrededor de la iglesia de Nossa Senhora da Assunçao y hasta aquí llegaba la aristocracia isleña para construir sus mansiones donde pasar las vacaciones, como Quinta do Monte, que acogiera a Carlos II, el último emperador de Austria en su exilio, y que hoy podemos visitar. El jardim Tropical do Monte es otra de las visitas imprescindibles de Funchal; pero, sin duda, la atracción estrella son los carreiros do Monte.
En el descenso a la ciudad, aquellos aristócratas no encontraron mejor forma para salvar las empinadas cuestas que usando estos singulares trineos de mimbre a los que podemos montar junto a las escalinatas de Nossa Senhora do Monte.
Este peculiar sistema de transporte llamó la atención a Mary Welsh Hemingway quien llegó junto a su marido a Madeira en escala del crucero Francesco Morosini. Mientras el escritor parece ser que se quedó en el barco, su esposa prefirió hacer algo de turismo. Y descendió Monte en uno de sus populares trineos. La experiencia le pareció tan maravillosa que tiempo después la describió en sus memorias.
El famoso vino de Madeira
Mary Welsh Hemingway también probó el famoso vino de Madeira. Y tal vez, aunque Hemingway era más de bebidas fuertes, le llevara alguna botella de recuerdo a su marido. Muchos otros ilustres han caído rendidos al dulce sabor de este vino. Incluso cuentan que Napoleón se llevó de aquí un barril de vino de Madeira para hacer más llevadero su destierro en la isla de Santa Elena.
Para conocer parte de la historia de este singular vino hay que acercarse a las bodegas de Sao Francisco, fundadas por la familia británica Blandy, en la Av. Arriaga. Es traspasar la puerta de entrada y sentir ya el aroma a madera vieja perfumando el ambiente. Sin duda, un lugar único para realizar algunas catas con que conocer mejor estos caldos que eran los favoritos de Thomas Jefferson -cuentan que escogió un tostado de Madeira para declarar la independencia de Estados Unidos-.
Algunos datos prácticos para viajar a Madeira
Cómo llegar
TAP es la única aerolínea que vuela durante todo el año a Funchal con diversidad de horarios desde Lisboa. Ahora, sus menús son deliciosos con distintas variedades de fruta y ensaladas, frutos secos, quesos portugueses, sándwiches o pastelería portuguesa. Además, la preocupación por el medio ambiente, ha llevado a la compañía a sustituir más de 20 millones de palitos plásticos para remover café o infusiones y los vasos utilizados a bordo, más de 40 millones por año, van a ser de material reciclado.