Norteamerica: Alaska indómita
La travesía entre Juneau y Anchorage se adentra en un territorio de glaciares y bosques interminables
A Juneau, capital de Alaska, no se llega por carretera. El ferry avanza entre los canales y el agua quieta rompe en la proa con un suave roce. Las gaviotas y los cormoranes conviven en las grandes playas. Cientos de islas selváticas forman un laberinto en el que ballenas y orcas levantan sus lomos del agua gris-azulada. Respiro hondo, y el aire puro del Pasaje Interior impregna cada célula de mi cuerpo.
Juneau se halla en la Tongass National Forest, la mayor reserva forestal de Estados Unidos, si bien la palabra rainforest («selva lluviosa») refleja mejor la naturaleza y el clima del lugar. Por doquier, gigantescas coníferas y cedros rojos descienden hasta la orilla del agua.
Malaspina escribió que «el perfil de la costa parecería, por su frondosidad, cercano al trópico, a no ser por la nieve que corona las montañas»
¿Qué debió sentir Alejandro Malaspina al explorar esta costa con sus dos corbetas en 1791? Los glaciares serían aún más imponentes; quizá la tripulación se asombraría ante los grupos de ballenas, los leones marinos que descansaban sobre las rocas o las nutrias de mar que jugaban sobre el tapiz de agua, mientras los indios haida, tlingit y tsimshian se desplazaban silenciosos en sus canoas de cedro. No lo sabremos nunca, si bien el propio Malaspina escribió que «el perfil de la costa parecería, por su frondosidad, cercano al trópico, a no ser por la nieve que corona las montañas».
Y así sigue siendo mientras recorro el puerto de Juneau, entre turistas que bajan en grandes grupos de los cruceros. La ciudad sigue arropada por un paisaje espectacular, inmersa en el canal que la resguarda de las aguas abiertas del océano Pacífico y el vasto campo de hielo de las montañas del interior. De esa blanca extensión afloran 40 glaciares que avanzan por los valles. Uno de ellos, el Mendenhall, es el gran hito natural de Juneau. De la ciudad parten a su vez los cruceros y las avionetas que llevan al Parque Nacional de Glacier Bay, un laberinto de témpanos flotantes convertido en paraíso de piragüistas.
El Monte Mckinley
La carretera por el interior del Parque Nacional de Denali lleva hasta Wonder Lake y su zona de acampada, quizá el enclave ideal para admirar el majestuoso pico.
El Glaciar Mendenhall
Su fácil acceso lo ha convertido en la excursión más popular desde la ciudad de Juneau.
Glacier Bay
Doce de los dieciséis glaciares de este Parque Nacional al que se accede en barco o avioneta desembocan en el océano.
Territorio salvaje
Observar animales en libertad es fácil, además de uno de los grandes alicientes de un viaje por Alaska.
La fiebre del oro
El poblado de Crow Creek, entre Whittier y Anchorage, permite rememorar el ambiente de finales del siglo XIX.
Lagos
Alaska cuenta con unos tres millones de lagos. En el Bear Lake, al norte de Seward, existe la posibilidad de observar osos.