Para conmemorar la victoria sobre los persas en Maratón en el año 490 a.C., los atenienses decidieron construir un templo a Atenea sobre la colina sagrada de la Acrópolis, que dominaba la ciudad. Diez años después, un nuevo ejército persa irrumpió en Grecia y, tras franquear el paso de las Termópilas, arrasó la ciudad de Atenas. Los vengativos persas se ensañaron especialmente con los edificios religiosos de la Acrópolis, de modo que el nuevo templo, que estaba todavía en fase de construcción, fue destruido hasta sus cimientos.
Durante más de tres décadas, la Acrópolis permaneció en ruinas hasta que Pericles, aprovechando la buena situación militar y económica de Atenas, propuso a los atenienses su reconstrucción. La pieza clave del ambicioso proyecto era un nuevo templo a Atenea, la diosa tutelar de la ciudad, que iba a tener diversas funciones: custodiar el tesoro ateniense; conmemorar la gesta de Maratón o, en general, de las dos guerras libradas contra los persas, y, sobre todo, ser la residencia de una enorme estatua criselefantina (en oro y marfil) que debía realizar Fidias, amigo de Pericles y supervisor general de todo el proyecto. De hecho, se puede decir que templo y estatua estaban construidos el uno para la otra.
Comienzan las obras
Fidias se centró en la decoración escultórica del conjunto, mientras de la construcción se encargaban dos arquitectos, Ictino y Calícrates; el ingeniero romano Vitrubio, que escribió cuatro siglos más tarde, menciona a un tercer arquitecto llamado Carpión del que no tenemos más noticias. No sabemos el tipo de relación que mantenían los arquitectos y la forma en que se ocupaban de los trabajos. Las obras necesitaron, además, gentes dedicadas a los más variados oficios: canteros, albañiles, carpinteros, doradores, pintores, escultores, herreros, modeladores de cera, transportistas y operadores de poleas.
Sabemos por las inscripciones que los trabajadores eran ciudadanos de Atenas, metecos (extranjeros con carta de residencia) y esclavos; y que todos cobraban lo mismo por el mismo trabajo. Las labores especializadas se retribuían a razón de un dracma por día. Por sorprendente que nos parezca, los arquitectos cobraban un dracma también, a pesar de su responsabilidad.
De la cantera a la obra
El templo se realizaría por entero con el mármol procedente del monte Pentélico, que se levantaba a unos 16 kilómetros al noreste de Atenas. Era un brillante mármol blanco que con el paso del tiempo adquiría una fina pátina dorada por las inclusiones de hierro y cuya dureza lo hacía especialmente indicado para la construcción. Sobre la vertiente suroeste de la montaña todavía se puede reconocer la zona de la cantera donde se extrajo el mármol para los edificios de la Acrópolis; sólo para el Partenón se utilizaron 22.000 toneladas.
Los canteros separaban bloques de la misma altura por medio de canales tallados con cincel. Luego se hacían agujeros alargados paralelos a la veta del mármol y se introducían en ellos cuñas de madera. Cuando éstas se mojaban, se hinchaban y desprendían el bloque de mármol del resto de la roca. El bloque se trabajaba en la misma cantera hasta casi darle la forma definitiva; sólo se dejaba por pulir una capa de pocos centímetros. La pieza resultante debía ser lo más ligera posible para facilitar el transporte.
Una vez terminadas, las piezas descendían ladera abajo a bordo de trineos que discurrían por una especie de pista visible aún hoy. A ambos lados de la pista había unos agujeros cuadrados donde encajaban unas estacas de madera por donde se pasaban unas cuerdas atadas al trineo para controlar la velocidad de descenso. Al pie de la montaña se cargaban los bloques en unos carros tirados por bueyes y se llevaban a la ciudad en un viaje que podía durar hasta dos días. En la obra, los bloques se alzaban por medio de poleas y grúas; las piezas del Partenón no eran de grandes dimensiones, precisamente para facilitar su manejo.
Los arquitectos aprovecharon los cimientos del antiguo templo destruido por los persas, pero hubo que ampliarlos hacia el lado norte de la explanada de la Acrópolis. El nuevo templo iba a ser más ancho, y contaría con ocho columnas en las dos fachadas o lados cortos y 17 en los lados largos. A continuación, se elevaron tres escalones y sobre el superior, llamado estilóbato, se levantó la columnata exterior o peristilo.
Cada columna estaba formada por diez o doce tambores. Como el estilóbato no era totalmente plano había que hacer cuidadosos ajustes para asentar los tambores de las columnas. Apoyados en ellas se colocaron los arquitrabes, bloques de mármol dispuestos en forma horizontal. Y sobre ellos se añadió el friso, en cuya decoración se alternaban triglifos y metopas.
Los triglifos eran rectángulos de mármol decorados con acanaladuras: se trataba de una representación en piedra del final de una viga, que recordaba los primitivos templos de madera. Las metopas, con figuras esculpidas en altorrelieve, se situaban entre los triglifos. Había 92 metopas, que rodeaban todo el templo. Puesto que las metopas eran parte de la estructura que debía soportar el techo fueron las primeras esculturas realizadas para el edificio y, seguramente, la necesidad de acabarlas rápidamente explica que Fidias tuviera numerosos colaboradores.