Grandes Montañas: Monserrat para principiantes
Una montaña que enamora a alpinistas, religiosos, culturetas y senderistas… y a todos por igual.
DORMIR EN LA MONTAÑA
De noche y al amanecer Montserrat goza de una paz especial, por eso pernoctar junto al monasterio resulta muy recomendable. Se requiere reserva previa para las antiguas celdas de peregrinos, reconvertidas en 92 estudios y apartamentos de distinto tamaño con cocina totalmente equipada. El hotel Abad Cisneros , de tres estrellas y contiguo al monasterio, es muy acogedor.
PICOS CON ALMA
Todos los grandes monolitos rocosos de Montserrat tienen nombre y recompensa el esfuerzo de reconocerlos. La Momia, El Elefante, el Mono o La Embarazada (traducimos esas palabras del catalán) resultan inconfundibles. Otros –El Centinela, El Fraile, El Loro, La Salamandra, La Procesión de los Monjes…– requieren más imaginación de entrada pero luego el nombre parece adherirse a ellos.
UNA LUZ CELESTIAL
Según la tradición, la primera talla de la Virgen de Montserrat la encontraron unos niños pastores en el año 880, atraídos por una luz que descendía desde el cielo a la montaña, visión que se repitió varias veces. Cuando el obispo de Manresa acudió para trasladar la imagen a la ciudad, esta parecía resistirse milagrosamente a la mudanza. Considerándolo una señal de que la virgen deseaba permanecer en Montserrat, se erigió la ermita de Santa María para acogerla, núcleo del futuro monasterio, que se edificó en el siglo XI y dependía originalmente del monasterio de Ripoll. La ermita rupestre de la Santa Cova se construyó hace cuatro siglos algo más abajo, en la cueva donde se halló la virgen.
DENTRO DEL SANTUARIO
La Moreneta, la virgen negra patrona de Cataluña, es una talla en madera de álamo. Data del siglo XII, época en que Montserrat comenzó su expansión monástica y alcanzó el rango de abadía. Para llegar ante a la virgen se avanza por el ala derecha de la basílica. Eso permite observar el flamante órgano inaugurado en 2010 (con 4242 tubos) y los frescos del ala izquierda. Uno de ellos escenifica la aparición de la luz en la montaña a los pastores. Como Montserrat es un enclave famoso entre los aficionados a los ovnis –que acuden de noche desde hace décadas para escrutar el cielo–, viendo la escena se diría que cada época tiene sus propias formas de creer en lo sobrenatural, sea a través de la religión o la tecnología. Un tramo de escaleras conduce hasta la virgen. El cristal de seguridad que la protege deja libre la esfera que sostiene en su mano derecha, símbolo del universo. El peregrino toca o besa esa bola de madera en señal de respeto y gratitud, acaso en busca de fortaleza, esperanza, redención.
CAMINAR POR LAS ALTURAS
Para disfrutar de la fascinante belleza natural de Montserrat es preciso alejarse del trajín de visitantes que envuelve al santuario y darse un paseo por los niveles superiores de la sierra. El funicular de Sant Joan es una opción magnífica, y algo adrenalínica por su acusada pendiente, para alcanzar con rapidez 1000 m de altitud (el monasterio se halla a 720 m). Desde ahí se puede caminar serpenteando entre las crestas hasta el pico de Sant Jeroni (1236 m), techo del macizo, o bien emprender paseos más breves. Uno de ellos lleva a las cercanas ermitas de Sant Joan y Sant Onofre. Desde esta última, que se encuentra prácticamente empotrada en la roca junto a las antiguas cisternas, la remozada Escalera de Jacob asciende vertiginosamente entre las peñas y corona la Miranda de Santa Magdalena, un monolito con extraordinarias panorámicas. Tal vez haya escaladores en los pináculos contiguos, pero a esta cumbre puede subir casi todo el mundo a pie.
SIN FUNICULAR
Para alcanzar las alturas de Montserrat sin funicular o descender de ellas existen dos caminos básicos. El más cómodo, empedrado o cementado según el tramo, pasa por la estación inferior del funicular de Sant Joan rumbo a la capilla de Sant Miquel y asciende hasta la estación superior del funicular. Casi al principio, un pequeño sendero señalizado a la derecha conduce a la Miranda de Fra Garí, tras remontar 80 m de desnivel en zigzags a través del bosque. Este pequeño mirador al monasterio y a las rocas de El Elefante o La Momia es un enclave exquisito y goza de una acústica especial. El otro sendero ascendente, más directo y dramático, es el Pas dels Francesos. Mediante barandillas y centenares de peldaños, entre angosturas rocosas donde a veces solo cabe una persona, el camino se encarama hacia las antiguas ermitas del norte de la montaña, algunas todavía en uso o cerradas bajo llave, y al refugio de escaladores Vicenç Barbé. Pasadas las escaleras, también conecta con los senderos que llevan a la cumbre de Sant Jeroni y a la estación superior del funicular de Sant Joan.
EL MANTO VERDE DE LA VIRGEN
Montserrat tiene apenas 25 km2 pero en ellos es posible encontrar la mitad de las 3000 especies botánicas de Cataluña. En las alturas prevalece el encinar, acompañado de laureles. Madreselvas, zarzaparrillas y plantas aromáticas forman una maraña de verdor en cualquier espacio ganado a la roca. Gracias tal vez a esa diversidad vegetal, los arbustos de boj parecen seguir conservándose en buen estado, mientras en otras sierras de Cataluña la oruga Cydalima perspectalis, venida de Asia, está acabando con ellos. Apartándose de los caminos más frecuentados es fácil contemplar algunas de las 250 cabras montesas que viven hoy en el macizo.
LA ANTIGUA DESEMBOCADURA DE UN RÍO
Causa asombro saber que las torneadas peñas de Montserrat son los depósitos de cantos rodados y grava que un río ya desaparecido acumuló en su tramo final. Todavía sorprende más que el río fluyera hacia el oeste desde unas montañas tan altas como los actuales Pirineos, pero situadas donde se halla el Mediterráneo, y desembocase en un mar que en la Era Terciaria cubría Lérida y Aragón. Posteriormente las tierras se elevaron, el mar se retiró y nuevos ríos se abrieron paso. Durante millones de años el agua, el viento y otros agentes erosivos disgregaron y arrastraron las rocas más blandas, pero apenas pudieron hacer mella en los duros conglomerados cimentados con sílice del macizo de Montserrat, que de ese modo se vio realzado paulatinamente, como un gigantesco bajorrelieve.
LO QUE CUENTAN LAS PIEDRAS
Las vistas de Montserrat desde el espacio muestran la forma casi lineal de la sierra. Las paredes de la zona oriental corresponden al inicio de la desembocadura del río, pues las integran cantos rodados de múltiples tamaños y con una disposición desordenada. En cambio, las de la zona occidental presentan una matriz fina y uniforme –la corriente del río, debilitada, ya solo podía impulsar arenas o piedrecillas– y son ricas en fósiles marinos. Durante los períodos más secos, el río languidecía y apenas arrastraba partículas de lodo. En los pináculos de Montserrat eso se plasma en bandas de menor circunferencia –como en las uniones de los neumáticos de un muñeco Michelin– y de color anaranjado. La razón es que esas capas horizontales arcillosas, como si fueran una pasta de turrón de Jijona, ofrecen mucha menos resistencia a la erosión que el pétreo turrón de Alicante o guirlache de cantos rodados en el que se intercalan.
UNA ROCA FRATERNAL
Otra peculiaridad de las piedras de Montserrat es su diversidad. Cuarzos, granitos, pizarras, gneis, areniscas, calizas…, procedentes de los distintos territorios que atravesó el río, vieron pulidas sus aristas y asperezas en el fragor de la corriente. Luego se acumularon en la orilla del mar y se cementaron, para emerger en una fase posterior. En las esbeltas moles que hoy vemos, cada canto rodado tiene sus señas de identidad pero está unido con los demás en un sólido bloque. La diferenciación por la separación implica, generalmente, caer cuesta abajo. Esa roca coral, en el sentido musical del término, que propicia la verticalidad, parece deparar escenarios que ni pintados a la hora de establecer comunidades monásticas. Meteora en Grecia o San Juan de la Peña en Huesca serían otros dos ilustres ejemplos.
SANT JERONI Y CAVALL BERNAT
Ir y volver hasta la cumbre de Sant Jeroni desde el monasterio a través del Pas dels Francesos (11 km, 520 m de desnivel positivo) o desde la estación superior del funicular supone una agradable excursión de media jornada. Pero escalar por su cara norte el Cavall Bernat (1111 m), la más prominente de las agujas pétreas, requiere abismarse por una pared de 250 m de desnivel. La forma fálica de este pico, que se levanta en pleno centro de la sierra por su cara norte dividiéndola en dos, es el origen de esas dos palabras. Recuerdo que en postales en blanco y negro de hace más de un siglo, que coleccionaba mi vecino Alfonso Pitol, en el dorso se podía leer su nombre original: “Carall Venerat” (Carajo Venerado), topónimo que compartían ciertas cimas de Cataluña de características similares pero menores dimensiones. A partir de entonces el eufemismo “Cavall Bernat” (Caballo Bernat: una montura rápida como el relámpago que el diablo concedió temporalmente a un leñador, según cuenta la leyenda) tomó el relevo a lo largo y ancho del territorio. Y la tasa de fecundidad –¿todo está relacionado?– empezó a contraerse.